Paula Giglio, en una imagen de archivo.
Paula Giglio, en una imagen de archivo.

Sucede que a veces, para nuestro imaginario humano, las ciudades se acaban convirtiendo en personas. Más allá del asfalto, parques, avenidas, monumentos o atracciones que las definen recordamos en cada una de ellas a la persona que en ellas amamos o que nos enseñó a amarlas. La geografía del planeta personal de cada uno se hace una historia de distancias en un mundo que globaliza mercados pero también pasiones.

Y en este territorio, el de las pasiones, el del amor, se circunscribe La risa loca de los ángeles, de Paula Giglio (Córdoba, Argentina – 1988), que se alzó con el galardón de ganador del I Premio Centrifugados de Poesía Joven. La autora argentina, con tres poemarios anteriores en su haber, nos presenta una propuesta con una gran dosis de frescura en su primera parte, llamada Correspondencia, en el que los poemas aparecen como un juego comunicativo en el que se muestran las dos partes de ese amor kilométrico, oceánico, en el que la nostalgia y los detalles juegan un papel fundamental.

Las circunstancias meteorológicas se reflejan más que nunca como un estado del alma, la primera referencia reseñable entre París y Buenos Aires se establece a través de la lluvia: “nublado desapasionado”, “Acá la capa de nubes es monolítica”, “sin corazón”, “lluvia burocrática” frente a las “nubes así / grandes, cargadas / como una panza, negras / en distintas tonalidades / que cuando llueve / explotan”. A través de la conversación telefónica nos llega la dureza de un París alejado, extranjero: “esta ciudad / no es para cualquiera”. Y partir de ahí la circunstancia evoluciona, aparece un protagonista descubriendo Montmartre, el Sena, imbuyéndose en la vida de una ciudad que ya no le agrede y cuyo clima ya empieza a ser apacible, como si tuviera cierto afán de sostenibilidad.

Sin embargo ahora es ella quien desde Buenos Aires lanza su lamento: “El sol que te absuelve / a mí me condena”. Y a partir de entonces llegan las referencias del viaje, del encuentro, “¿cómo hago para abrazar una ciudad?” Se pregunta ella desde las ganas más impacientes de pisar París hasta la imagen definitiva con la que se cierra esta parte en la que la ventana de una habitación es una puerta de entrada, una conexión, una apertura al mundo.

En un artículo publicado el 20 de octubre de 2015 en su página web, Antonio Muñoz Molina habla de un hombre con quien coincidió en la sala de espera de un aeropuerto, un hombre “muerto de amor”, título del artículo, que viaja desde Madrid a Los Ángeles cada seis semanas para quedarse durante ocho días con la mujer que ama en esa ciudad. “El viaje no es tan largo en realidad, veo dos películas, leo cien páginas de una novela, hago un sudoku extremo, y ya he llegado”.

La protagonista de La risa loca de los ángeles atraviesa la distancia entre Buenos Aires y París al encuentro del amor sin cuantificar las horas. La segunda parte del libro, Bitácora, ya empieza en París, una ciudad en la que de repente ella recuerda a Buenos Aires de la misma forma que en el tema Puente, el cantautor Fede Comín hace un paralelismo de Granada con Buenos Aires: “Descubrí que a la Gran Vía, no te engaño, la cruzaba Pueyrredón”; dice Paula Giglio: “las calles de San Telmo en el Barrio Latino / una Avenida del Libertador / que se llama Boulevard Saint-Michel: / ¿dónde estás, París, que todavía / camino por Buenos Aires”.

En los primeros poemas hay un proceso de observación o de mimetización con la ciudad, de recorrer las entrañas en el vano intento de hacerla propia para posteriormente mostrar la realidad de un proceso de convivencia, el amor y las discusiones, lo malos entendimientos y ese volver a echar de menos si no ahora a la persona amada sí a la raíz, como si cada decisión que tomamos en la vida fuera una sucesión de pequeñas pérdidas: “no hay piel que resista / este paisaje dormido y helado. / Hay cosas que no soporto de vos.” “Yo me reclino en tu hombro, / dejo que me abraces / como una mujer cansada / de pies rotos, llena de bultos, / que ansía volver a casa”. Si las ciudades siempre se convierten en personas y París es en La risa loca de los ángeles la persona amada, Buenos aires es el todo, el nosotros que no se encuentra allá lejos.

El último poema sentencia con rotundidad, “morimos, un poco, cada día”, pero enfrenta con la esperanza del amor, “vos y yo somos inmortales”. Un juego de oposiciones que se desarrolla durante todo el poemario, el hogar frente a las ganas de huir, el amor frente al anhelo de raíces, la muerte frente a la inmortalidad.

Dice el curriculum de Paula Giglio que es Licenciada en Filosofía, pero más allá de ella demuestra en La risa loca de los ángeles ser una poeta de base y altura, leída y con hondas referencias literarias, lectora de Szymborska, Brodsky o Joan Margarit, a quien directamente cita en el libro. Una sorprendente aparición en el panorama poético español merced al I Premio Centrifugados de Poesía Joven, que con tan buen gusto ha editado la editorial cacereña Liliputienses.

 

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