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Carlos Piedras, nuevo jefe de Edición y Opinión de lavozdelsur.es, en un retrato en la redacción del periódico.

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador y colaborador habitual de lavozdelsur.es. Últimamente he publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

Unos amigos tomando cañas en una terraza. FOTO: THE BLUE TANGERINE.
Unos amigos tomando cañas en una terraza. FOTO: THE BLUE TANGERINE.

Estoy muy preocupado con lo que está ocurriendo en Jerez en los últimos meses con los bares. Mucho. Pero vamos a ver… ¿A quién se le ha ocurrido eso de andar poniendo música? ¿No ven que se van a hacer daño y nos lo van a hacer a todos? Los bares —y cuando hablo de los bares me refiero a los bares bares, nada de bares de copas, pubs, etc— son como el reglamento del fútbol: perfectos. Eso implica que no admiten cambios en busca de un supuesto espectáculo, como ampliar las porterías o eliminar el fuera de juego (con que expulsaran de vez en cuando a Sergio Ramos sería suficiente).

Están hechos para que la gente charle, se relacione, se tome una buena cerveza o un buen vino y deguste (si es posible y le apetece) una buena tapa. Y ya. Cada uno es muy libre de poner (o no) fútbol, el patinaje artístico u otros deportes, pero lo de la música… como que debería ser un tema colegiado, porque los bares, está claro, no son solo de su propietario: de hecho, empezar a pensarlo, suele ser el comienzo de grandes errores.

A ver. El otro día estoy en un bar alejado de mi recorrido habitual y… joder, vaya rollo de Rihanna, Ariana Grande y divas similares que se tenían marcado, a todo volumen, que había que irse al otro lado de la barra para poder charlar. Todo esto a las dos de la tarde. ¿Y de qué terminas hablando? ¿De lo de las hipotecas? Qué va… Pues de la mierda de música. Pero es que voy a uno de mis bares de referencia y es casi peor: también tienen música, pero es que ni siquiera suena bien. Unos golpes secos, como de obra en el piso de arriba, y una línea de bajo similar a un temblor de 7,5 grados en la escala de Richter, indican que algo que debe ser música quiere abrirse paso en alguna parte.

Y cuando se escucha bien no es mejor: el aleatorio de Spotify o lo que sea hace de las suyas: Aretha Franklyn, reggaetón, Danza Invisible y Nirvana —de verdad, hablo de un trabajo empírico debidamente documentado— se suceden con un sentido inextricable, al menos para un simple mortal. Incluso escuchar artistas del agrado de este cronista —caso de los propios Nirvana o la señora Franklyn— carece de sentido a las dos de la tarde, con todo el mundo subiendo una octava para que le escuche el de al lado o el camarero, todo el personal poniendo esos ojillos, mientras charla, a mitad de camino de ‘qué sol hace/me hago caca’, hasta que reparas en qué pensará del asunto una pareja de octogenarios habituales que están en la barra mientras Kurt Cobain aúlla Smells like teen spirit, que debe ser algo así como “total, si vamos a ir al infierno, no debe ser mucho peor” (él) o “total, ya debe faltar menos para que suenen Los Panchos” (ella)… 

¿Y esto de qué va? Ni idea. Este cronista no sabe si la intención es ofrecer algo de diversión extra a la siguiente generación que ya va poblando los bares —los millennials, los pobres, que no se contentan con la oferta habitual y necesitan ir más allá de las emociones fuertes que les ofrecen las ‘craft’— o simplemente en alguna revista con un nombre tipo ‘Cervecería y cervecero’ ha aparecido un artículo en el que dice que con la música consigues —por lo que sea, porque el gaznate se reseca más o porque la gente realmente es más feliz— un 5% más de caja. 

Bien… lo cierto es que el Estado español no aguanta más, hace aguas por todas partes: el desafío catalán, las sentencias del Supremo, lo de Franco, el VAR, el VOX y ahora la música en los bares...

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