Manzanitas podridas

De momento, y mientras no vienen los rusos a por nosotros, iré a por chirimoyas, que ya es el tiempo, y el móvil me lo olvido en un cajón, adrede

Una mujer comprando en un puesto de fruta.
Una mujer comprando en un puesto de fruta.

No tengo nada en contra de los amantes de las manzanas, de verdad. No suelen caerme mal por sistema, ni éstos, ni los propietarios de bólidos Audi que me adelantan a ciento cuarenta en la autovía, ni tampoco odio a los vecinos, conste que son encantadores, que compran la casa de sus sueños para tirarla entera y reconstruirla de nuevo: ¿no es mejor un terrenito y edificar de cero? Digo yo. Y esto no tiene nada que ver, pero tenía que desahogarme, oiga. Y es que servidora le da vueltas y vueltas a todo, incluso a lo que es inamovible, y ahora, a las manzanas inteligentes. Mi hija de once años las pasadas navidades me espetó, con su preadolescencia feroz, que ella “necesitaba” una manzana desesperadamente. Que era una necesidad de necesidades muy necesitada para su felicidad. Mi respuesta me hace admirarme mucho a mí misma y me refuerza tela la autoestima: ni mijita. Por supuesto le dije que puertas al campo (de minas) no se pueden poner, y que los jóvenes ya llevan de fábrica el teléfono incorporado. Vale. Uno normalito, chica. Pero un arma para robar el tiempo que cueste la mitad de un sueldo o el sueldo entero además de generar otro tipo de necesidades, me van ustedes a perdonar, pero me parece una estupidez. Sobre todo porque no conozco a nadie a quien no se le pudra la manzanita (créanme, la obsolescencia programada en las frutas es perversa) y por eso hacen cola para pillar una nueva que les actualice la vida, con ojos desencajados y ansiedad. Aunque por otro lado, en el fondo (a muchos metros) me sentí orgullosa de mi pequeña porque a lo mejor, además de dibujar como los ángeles, tiene madera de congresista, y al negarle su capricho voy a la contra de los valores que inculcan los que mandan, con su maravilloso ejemplo para los que serán el futuro del país. Digo yo, con este esfuerzo sobrehumano que hago desde hace unos meses para dosificarme la negatividad, intentar abrazar el namasté guay de verle a todo el lado bueno y tal. Pero no me sale y me cabreo, y esta mañana, al repostar en la gasolinera, no sé por qué, me he acordado de las manzanitas de última generación que han repartido a los “pobres” trabajadores de la política que andan en la indigencia digital prácticamente. Se lo merecen, ¿verdad? Cuánta buena gestión y cuánta solidaridad demuestran, sobre todo con Bill Gates. Y perdonen el sarcasmo, no lo puedo remediar, y es que cada vez se ven mejor los hilos que nos manejan en este guiñol, y las manos enguantadas urdiendo planes malvados con smartphones manzaniles y Audis, claro. Ay. De momento, y mientras no vienen los rusos a por nosotros, iré a por chirimoyas, que ya es el tiempo, y el móvil me lo olvido en un cajón, adrede. Camino hacia el mercado animosa y triunfal: al menos en casa, de momento, nos libramos de manzanas podridas.

 

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