Los lunes que no lo son tanto

Estos días, hasta que llegan los alumnos, son de organizar, planificar, desayunar juntos y ponernos al día

03 de septiembre de 2025 a las 09:59h
Plaza del Obradoiro, en Santiago de Compostela, en una imagen de Nick O'Brian.
Plaza del Obradoiro, en Santiago de Compostela, en una imagen de Nick O'Brian.

Dicen que el 1 de septiembre fue el lunes más lunes de todos lo que vendrán este año. Personalmente, la vuelta al trabajo y la rutina no supusieron ni demasiada tristeza, ni una alegría excesiva; supongo que trabajar con gente a la que quieres y en un entorno más que agradable hace todo muy llevadero.

Estos días, hasta que llegan los alumnos, son de organizar, planificar, desayunar juntos y ponernos al día. Todas estas tareas conllevan una dosis de ánimos más que suficiente para que madrugar resulte casi casi agradable, puede que porque son momentos de mezclar la ilusión de lo que viene con el regustillo dulce de los recuerdos del verano. La mezcla de pasado y futuro hacen que el presente resulte una especie de brunch delicioso donde cabe lo dulce y lo salado. Y una mimosa si puedo elegir.

Este verano ha sido especialmente revelador. La primera parte la he pasado en Suiza, visitando a la familia. No negaré que he fantaseado con la idea de quedarme a vivir allí, donde el cuarenta por ciento de la población es extranjera y donde ir al río a bañarte implica escuchar palabras en distintos idiomas, oler comida de diversos países y compartir espacio con todo tipo de razas, edades y clases sociales. No puedo imaginarme nada más intercultural que una jornada en el Limmat, el río de Zúrich. Mientras, en Instagram aún resonaban los ecos de todo lo acontecido en Torre Pacheco y demás enfrentamientos racistas, por lo que llegué a preguntarme algo que sigo sin entender demasiado: ¿A quién conviene que existan estos enfrentamientos? ¿De verdad no se podría potenciar (desde las instituciones y estas personas que nos gobiernan y que deberían saber gobernar) la diferencia como riqueza y no como elemento divisor y deshumanizante? Como digo, no tengo ni idea porque no soy ninguna experta, solo una persona que intenta entender a base de hacerse preguntas. 

En la segunda parte por fin he podido vivir el Camino de Santiago. A pesar de que mucha gente me decía que no lo hiciera en verano por la cantidad de peregrinos que hay, no he podido disfrutarlo más. Ni los comentarios sobre que es una moda y hay más turigrinos que peregrinos (viva mi amiga Bea y su apología del turigrinaje, mezcla de turismo y peregrinaje), ni los relacionados con la fecha restaron ni un ápice a la ilusión y a todo lo aprendido.  En realidad el Camino, como dicen, empieza una vez llegas a Santiago: los kilómetros andados para conseguir la Compostelana se transforman en alforjas llenas de momentos de lucidez para afrontar tu propio camino.

Como en la vida, el sendero está lleno de paradas, en unas te quedas más y en otras menos. Hay gente a quien te encuentras en varias jornadas, a otras solo una vez, a personas que sabes que están porque te lo dijeron ni las ves y en realidad caminas sola pero acompañada. Si esto no es una metáfora perfecta de la existencia humana, no sé qué puede serlo. Porque además aprendes a quitar de la mochila lo que pesa y no te deja andar bien, metes cosas que nunca pensaste que serían útiles , y todo para aguantar más, terminar la etapa del día de la mejor manera posible y poder continuar al siguiente. 

Entiendo perfectamente el enganche de la gente que quiere volver a hacerlo, como lo haré yo, porque en este camino no solo se anda para delante, si no que en las duras etapas de subida a veces ves el mar, un río, luz, una libélula azul y te puedes parar, hay momento para todo. Te puedes equivocar siguiendo a unos perros porque no estás en lo que estás pero siempre hay quien a pesar de no hablar tu idioma te ayuda a reconducirte.

Puedes sentir el Orbaio y al rato un calor extenuante, hacerte amiga de gente que de repente aporta tanto que sabes que llegaron y se quedarán, conocer a personas garrapata, de esas que se pegan a ti por puro miedo, andar en silencio porque no te apetece nada más que sentir y a los dos minutos escuchar a un pianista con su piano y todo en un sendero .

Ya en Santiago aprendí, al no sentir emoción sentada en la plaza del Obradoiro, que siempre el camino se disfruta más que alcanzar el objetivo; que ir sola está muy bien pero que me encanta la compañía y no me da vergüenza admitirlo. Aunque me quito el sombrero ante los peregrinos que andan solos  porque como dice Bea (he de citarla porque ella no lo sabe, pero es sabia), “he venido a hacerlo sola porque no sé estar sola”, y posiblemente lo haga como ella en cuanto pueda. Hacerlo como lo he hecho, con mi amiga y compañera de viajes y confidencias desde hace años, ha sido la mejor manera de comenzar, pero quedan más caminos, muchos más.

Releo lo escrito y vienen a mi cabeza muchos momentos de estos dos meses. Me noto una sonrisa cruzando la cara y caras de personas aparecen en mi mente mientras mi corazón late un poquito más fuerte. Si supiera hacer lettering, aparecerían dos frases: la primera, Ultreia, et suseia, un saludo antiguo de peregrinos que viene a significar algo así como “¡Sigue adelante!¡Y más alto!”.  La segunda, de Lola Flores, mantra de Patri adoptado por mí en una noche de muchas risas y pies cansados: “De tener que elegir, es preferible siempre querer que  dejarse querer”.

Suiza, familia, amigos, el Camino, Lola Flores y el color verde de los Alpes y Galicia, ese ha sido mi verano. Como para no levantarse con ganas o te asusten los lunes.

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