Dublín, a pesar de que eran escasamente las cuatro de la tarde de un año que aún recuerdo, comenzó a retorcerse y a comprimirse de frío hasta terminar reducido a aquel húmedo callejón en el que parecía no pasar el tiempo y en el que si me atrevía a pestañear me quedaría, como el Ulises de James Joyce, atrapado para siempre. Aún no sé cómo acabé allí porque no había nada peculiar en aquella callejuela; nada que salvar para la memoria..., sólo puertas traseras, ventanas tapiadas y bocas de dragones que exhalaban largas serpientes de humo rancio que, aprovechando el silencio de la calle, reptaban por el espeso aire para esconderse en el cielo irlandés lleno de plomo y ceniza.

No había nada..., salvo unas palabras escritas con spray que parecían querer despegarse del muro: Love was here. “ El amor estuvo aquí ” escupía aquella tapia negra llena de moho y orín; “...estuvo aquí ” gritaba aquel sucio callejón lleno de excrementos de perros y de los harapos de los pocos mendigos que se atrevían a merodear por las calles de aquel viejo Dublín...., una ciudad que trajeron al mundo sobre una ciénaga y que, desde hace siglos, nunca ha dejado de oler a whisky y a cerveza negra.

No sé el tiempo que estuve parado delante de aquella frase..., tal vez unos pocos segundos, acaso unos minutos o unas horas. No lo sé ni me importa..., sólo tengo la certeza de que aquella frase, aquella sentencia sobre ladrillos podridos, hubiera podido ser escrita por cualquiera. Detenido en aquel agujero negro y maloliente imaginé a un joven irlandés, lleno de miedo y de fracaso, besando a una preciosa muchacha de ojos tristes que nunca sería suya..., y el muchacho lo sabía porque era capaz de presagiarlo en la mirada perdida de ella mientras la besaba y de presentirlo en aquel cuerpo incandescente que gemía divertido -casi burlesco- y que vivía con otro hombre; también imaginé a una decidida estudiante de medicina, descaradamente joven, que había descubierto estar locamente enamorada de una de sus compañeras de clases..., y pensé en cómo hacía andar a su vida mientras escribía, entre risas de su amiga y sus propias lágrimas, aquella sencilla pero valiente verdad; me sobrecogí al pensar en una mujer abierta de par en par -destrozada por dentro- a los pies de un animal con cara de hombre y el cuál no paraba de chillarle que la amaba con toda su alma mientras se limpiaba, con los bajos de su propia camisa, sus manos llenas de sangre...

Allí, en mitad de aquella mole negra que parecía ser la noche y del húmedo callejón, tuve la certeza de que aquellas tres palabras hubieran podido ser escritas por cualquiera: por alimañas o por sus víctimas, por unos valientes o unos eternos cobardes, por desesperados o por aquellos que ya esperan nada..., escritas por ti o por mí. (Dedicado a aquellos que creen amar en el día de los enamorados).

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