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Señores del Obispado… dejen que nuestros críos y sus mayores muestren su alegría por una noche, que bastante mal lo estamos pasando desde hace años.

No voy a descubrir las múltiples facetas en áreas sociales en los que participa la iglesia de manera encomiable, ayudando a desfavorecidos y a familias enteras que viven bajo el umbral de la pobreza. Y es uno de los motivos que consiguen mi más sincero aplauso, conste. Pero lo que me enerva es ese intervencionismo mezquino en áreas que no son religiosas, o cuando tratan de adoctrinar al más puro estilo del nacionalcatolicismo de los tiempos de Franco.

La última perla corresponde al Obispado de Cádiz y su cruzada contra la fiesta de Halloween. Produce vergüenza ajena leer los exabruptos de esta institución, invitando a los niños a que abandonen los disfraces de vampiros y brujas, en favor de disfraces de santos y religiosos.

No contentos con esto, se permiten publicar sandeces como que “los niños cristianos se ven absorbidos por este ambiente contrario a la esperanza en la resurrección”, cuando a lo único que se ven absorbidos es a pasarlo bien con sus amigos, riéndose del miedo y comiendo golosinas con forma de calabaza o esqueletos.

Para mayor desmadre del personal afirman, sin ningún tipo de complejos, que la fiesta de Halloween es poco menos que una fiesta satánica. Calificativos así, si mal no recuerdo, ya empleó la iglesia católica española con otras fiestas de origen pagano como el carnaval cuando cierto caudillo paseaba bajo palio y la voz de la Iglesia era ley. Quizás echan de menos esos tiempos.

Es curioso que los señores obispos vivan en una burbuja desde hace cincuenta años, y no se den cuenta de que la sociedad española ha evolucionado a la misma velocidad que se vaciaban las iglesias. Y deberían preguntarse el porqué de ese desapego. No, no lo tiene Halloween. El único culpable de esta realidad es la propia institución, inmovilista, arcaica, retrógrada, anquilosada, caduca e insensible con los cambios que se han producido en España en las últimas décadas.

Y quiero dejar constancia de que no soy de los que se disfrazan, pero sí que participo de una fiesta nueva que se está instalando con fuerza entre nuestros infantes, que la disfrutan con la inocencia de su edad, sin pensar en ser asesinos en serie cuando sean mayores por el hecho de disfrazarse de Freddy Krueger. Pensar así, es de una imbecilidad y una ignorancia supina.

Señores del Obispado… dejen que nuestros críos y sus mayores muestren su alegría por una noche, que bastante mal lo estamos pasando desde hace años. ¡Que más dan unas risas y unos disfraces! ¿Acaso hacen daño a alguien?

Y no olviden, desde esa cima de la moralidad en la que pretenden hacernos creer que se encuentran, que la ilustre lista de “satánicos” acusados por la Iglesia es amplia, e incluye a los mayores investigadores, científicos y humanistas que parió la Tierra, sin los cuales seguramente aún andaríamos con taparrabos y antorchas. 

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