Comer con fuegos artificiales te parece una experiencia mística que los demás no apreciamos por falta de dinero o de paladar para estos manjares.

Ya brindé en este mismo espacio virtual mi humilde opinión sobre los ‘leones’ de las nuevas cocinas, así que no me voy a extender ahora sobre ellos, sino sobre algunos de los que están al otro lado de la barra: los clientes. Con todo mi respeto a la inmensa mayoría, me refiero únicamente a aquellos que hablan de arte y, más concretamente, dentro de ese grupo, a los que nunca han pisado un museo, un teatro ni han abierto un libro más allá de la recomendación –o más bien obligación- de su profesor de colegio, instituto o universidad.

Genial. Comer con fuegos artificiales te parece una experiencia mística que los demás no apreciamos por falta de dinero o de paladar para estos manjares, que solo tú sabes combinar con la cosecha más chic del mercado vitivinícola de La Rioja, Ribera o Burdeos mientras miras la etiqueta y remueves tu copa con un autosatisfecho movimiento semicircular. Tú no tragas como yo, vienes comido ya de casa e ingieres cada trozo de estos espirituales alimentos como si estuvieras participando en el descubrimiento del Sancta Sanctorum, del Grial de los sabores que llevará a la humanidad a un grado de perfección absoluta. Mientras tanto, claro, cerrarán museos, librerías, bibliotecas y todo lo que no tenga que ver con esta nueva y superficial cultura gastronómica del ocio.

Lo demás no mola, está anticuado. ¿Tolstoi, Flaubert, Clarín? ¿’Tolstón’ qué?, te pitorreas mientras paladeas tu copa del gran reserva de una magnífica añada. Muera la cultura, es barata, nada cool y un punto friki. En las pelis sale Bond, James Bond, conduciendo su Aston Martin último modelo hasta la fiesta donde lleva a la chica emperifollada de diamantes y en la que, por supuesto, averigua la cosecha del sublime líquido que el camarero vierte en su copa con solo olerlo. No se van a poner a hablar de Cervantes ni de Góngora ni Galdós. En todo caso de Picasso, Van Gogh o Kandinski, algo posmoderno, abstracto o descaradamente caro como para pasar desapercibido a esta frívola neoclase media.

Los nuevos templos de la cultura. Los gastronómicos. Aquellos en los que tu capacidad intelectual se mide por la de rascarte el bolsillo. Y donde apenas hay que hacer esfuerzo. Podrías leerte la obra entera de Stendhal por cinco euros en un rastro, pero está demodé y además, como te gusta decir, no tienes tiempo. Así que te pillas el vehículo más caro que podías comprarte y por el que te has hipotecado hasta las cejas, te llevas a la parienta al restaurante de moda y sacas a relucir tus artes culinarias. Tu buen gusto. Y dices que eso es cultura. Y que los demás somos unos catetos. Tú, que el último libro que recuerdas haber leído es El Principito. O algo así.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído