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Sin posibilidad de encontrar pediatras, el panorama se vuelve hostil y oscuro, máxime cuando para la formación de estos profesionales el Estado debe invertir no solo dinero, sino diez años de estudios académicos.

Pasear por una planta de Pediatría sugiere al visitante una dicotomía inquietante. Por un lado, agradeces el esfuerzo de los profesionales por endulzar la estancia, con dibujos y héroes infantiles por doquier, tratando de convertir el lugar en un improvisado parque temático donde también tenga su parte importante la diversión. Pero es innegable, y a nadie escapa, que luego está esa otra parte, la de la enfermedad, el sufrimiento… la del ingreso tomado como un enclaustramiento contra la voluntad del niño que solo quiere volver a jugar con sus amigos en el cole.

Como usuario, conocí alguna de esas unidades a golpe de crisis asmáticas rebeldes e incontrolables; pero como profesional, he vivido indirectamente (y digo indirectamente porque no he trabajado allí, sino en otras unidades hospitalarias) el deterioro continuo al que la clase política ha arrojado a los profesionales de estas plantas, hasta el punto de vivir una crisis por falta de pediatras que afecta a la práctica totalidad de los centros españoles. El caso más sangrante, el de La Línea, donde un par de pediatras se han afanado en achicar agua como buenamente les permitían sus fuerzas durante meses, quitándole tiempo a sus familias, e inventándose días de 30 horas para poder atender a nuestros niños. Qué decir del resto del personal… abnegados profesionales que han puesto corazón y vísceras en sacar adelante un trabajo a destajo, en precarias condiciones laborales, con disminución de los recursos humanos y materiales. Sin el reconocimiento ni el agradecimiento de nadie.

A diferencia de ellos, los politicuchos de tres al cuarto han preferido mirar a otro lado y verlas venir, algunos instalados en la irresponsabilidad del “ya lo arreglará quien venga después que yo”… y así nos luce el pelo. Sin posibilidad de encontrar pediatras, el panorama se vuelve hostil y oscuro, máxime cuando para la formación de estos profesionales el Estado debe invertir no solo dinero, sino diez años de estudios académicos. Es decir, vamos con diez años de retraso.

Las soluciones aportadas hasta el momento son vagas, escasas y cortoplacistas. Interesa quitarse el marrón cuanto antes, pero se juega al pan para hoy y hambre para mañana sin tapujos, huyendo de titulares de prensa y opiniones públicas encabronadas que puedan restarte votos en las urnas. Cinismo en estado puro, vaya.

Y en esas estamos… con nuestros niños perdidos sin un Peter Pan capaz de guiarlos de vuelta al País del Nunca Jamás, allí donde pelean con piratas y sueñan que todo es posible con un poco de polvo de hada. Volando hacia la segunda estrella a la derecha, todo recto hasta el amanecer.

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