Un hombre rebusca en un contenedor de basura de la ciudad, en una imagen de archivo. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Un hombre rebusca en un contenedor de basura de la ciudad, en una imagen de archivo. FOTO: JUAN CARLOS TORO

Hace escasos días nos dejó la directora francesa Agnès Varda, una leyenda del cine social francés, referente artístico y feminista no solo en el país vecino, sino en el resto del mundo, donde se le reconoce haber sido un emblema de la nouvelle vague.

Su legado es tremendo; más de cincuenta piezas cinematográficas de gran valor que reflejan una mirada serena, social y reivindicativa de nuestro mundo. Un cine desbordante de verdad.

Los espigadores y la espigadora (2000) fue una de sus obras más redondas; en ella describe personas que 'recolectan' objetos y/o alimentos que se van a tirar o que nadie quiere, analogía con los espigadores franceses de los trigales en los siglos XVIII y XIX. Versa, sin subrayar nada, sobre una sociedad hiperconsumista y derrochadora que deja atrás a la gente y sus necesidades básicas en su espiral de sinrazón. Retrata todo con ironía, sensibilidad y belleza.

19 años han pasado desde aquel documental, ambientado en la Francia pre-euro y poco o nada ha cambiado en Europa. La brecha de la desigualdad se ha acrecentado. Seguimos viendo personas obligadas a rebuscar en los contenedores, acudir al final del mercado de segunda mano para 'marisquear', gente que espera al cierre de los supermercados a ver que encuentra.

La talentosa Agnès podría haber rodado una tercera parte en Jerez de la Frontera, no cabe duda. Pienso en ello al acordarme de dos chicos que veo a diario rebuscar en los contenedores de basura de El Retiro, carretilla a cuestas.

No son los únicos; hay decenas de rebuscadores por toda la ciudad. Pensemos también en las cientos de personas que acuden semanalmente a Cáritas a recibir alimentos o mantas. Recordemos a esa Red de Apoyo a Inmigrantes que se esfuerza cada día por dar calidad humana a sus vidas recabando ropa y alimentos. Los comedores sociales a pleno rendimiento; el albergue municipal abarrotado en la época de lluvias. El mercadillo de la Alameda Vieja cada semana más extenso, con una fila de puestos que ya baja hacia la plaza del Arenal. La puerta del Cash Converter y esas tiendas clonadas llena de traficantes de medio pelo.

Son los espigadores de nuevo cuño; gente aquí, en Jerez, abandonada a su suerte por un sistema que si acaso los recuerda es cuando quiere lavar su conciencia a base de asistencialismo. Rebuscan dignidad, aunque sufren a diario como parte de una sociedad que los excluye y los aparta hacia sus márgenes. Ni siquiera tienen fe en salir del hoyo, solo piensan en que mañana, en algún lugar, surgirá alguna una oportunidad que les permita terminar bien el día; quizás encuentren algún objeto de valor defenestrado por nuestro primer mundo.

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