A ver si va a ser cierto el viejo refrán, eso de que “hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo” se cumple.
A pesar de lo que nos dice el calendario, esta primavera está resultando un poco remolona. A ver si va a ser cierto el viejo refrán, eso de que “hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo” se cumple, mientras cargo con un año más a mis espaldas. Mi carné de identidad dice que llegué al mundo el día 25 de marzo, pero mi madre, que lo sabía con certeza, siempre dijo que nací el 22, mientras mi padre asistía a la procesión de Jueves Santo de 1951. Así que ya son 65.
Lo dicho, la primavera y yo nacimos juntas y dicen que eso da un cierto carácter. Si hacemos caso del Zodiaco, los Aries somos impulsivos e impacientes. Esta es la principal característica que nos define. Somos como esas plantas que de la noche a la mañana brotan, casi de la nada, exuberantes, después de un tiempo de letargo y espera. Es verdad, al menos así me veo yo, aunque el tiempo me atempera un poco y suaviza el “ardor guerrero” de la juventud.
Eso de que estamos llenos de energía y entusiasmo por la vida es bonito. Me gusta verme de ese modo y ojalá que los años no acaben con ese rasgo de mi carácter, que no siempre consigo mantener a flote, porque lo que no dice mi horóscopo es que, a veces, sin saber muy bien por qué, me visita la melancolía. Entonces la vida me resulta tediosa y puedo ser insufrible para la gente que tengo cerca; vaya, que me vengo abajo y tengo que hacer grandes esfuerzos para recuperarme. Dicen que los Aries no soportamos equivocarnos y nos cuesta aceptar el consejo y el juicio ajenos. ¡Ah, aquí sí que acierta! No lo puedo remediar y la verdad es que no me siento orgullosa de ello; al contrario, me hace sufrir demasiadas veces y, a pesar de la edad, no logro superarlo. Será por eso por lo que en la vida profesional me ha costado mucho trabajar en equipo y he buscado la forma de ir por libre, aunque eso me haya sumido demasiadas veces en la más profunda soledad. En fin, así somos los nacidos bajo ese signo del Zodiaco. Y como no quiero echarme piedras sobre el propio tejado, que para eso ya están los demás, no descubriré otros vicios y defectillos con los que me identifico, aunque lo diga el horóscopo en quien casi nadie cree. Eso sí, prometo en los próximos decenios, mientras sigo envejeciendo, ir puliendo algunos de ellos, sin dejar de ser una mujer entusiasta, impetuosa expresiva y sensible a las cosas buenas y bellas de la vida, y que me perdonen los que no puedan soportar tanta energía.
En fin, uno de los placeres de esta estación tan hermosa es poder disfrutar del perfume de lo naranjos cargados de azahar, que cada primavera se desliza calle arriba hasta posarse en mi balcón. Un milagro que año tras año me renueva y me hace sentir que la vida vale la pena.


