Basura acumulada en una calle de Jerez, en una imagen retrospectiva.
Basura acumulada en una calle de Jerez, en una imagen retrospectiva.

Esta mañana, mientras paseaba a los perros, me di cuenta de un acontecimiento singular: Los aguacates ya no estaban. Llevaba observándolos desde mediados de mayo, pero hoy sólo encontré un enorme vacío en su sitio de costumbre.

Me había acostumbrado a verlos. Observarlos era ya una tradición en mis paseos y me sentí contrariado al no encontrar el envase de plástico, con sus cuatro mondas de aguacate y sus respectivos huesos, pegado al muro de la calle Francisco Riba.

Semana tras semana, durante más de cien días, fui testigo de cómo la piel de aquellas frutas se consumía. Vi agrietarse la fina cobertura de sus huesos y como su carne, antes tan verde, se hacía polvo lentamente.

Por más que busqué, tampoco vi a sus fieles compañeros. No pude encontrar a la oxidada lata de refresco, al botellín cascado, al pañal sucio, al pomo de puerta roto, a la vieja compresa, ni al patuco de bebé. Tras tanto tiempo, era como si ninguno de ellos hubiese existido nunca.

Parecía que al fin, después de tres meses del más absoluto abandono, habían limpiado nuestra calle. Si es que se puede llamar limpiar a arrastrar la basura a golpe de manguera.

La tierra acumulada, el polvo, las hojas y las flores secas de los árboles, mezclados con otros residuos de dudosa procedencia, forman ahora una amalgama informe, con la que bien se podrían levantar muros de adobe.

Mientras tiro de los perros, intentando que no se hundan en los charcos ponzoñosos, un escalofrío me recorre el cuerpo de punta a punta. Al final de la calle, con el gesto de un soldado moribundo, el sucio pañal usado reclama mi atención.

Un poco más adelante, acumulados frente a una alcantarilla ciega, encuentro al pomo roto, a la lata, al botellín, a la compresa y diseminados, como estrellas fugaces, los últimos restos de los deshidratados aguacates.

A modo de sepelio, recojo del suelo el maltrecho envase transparente y lo deposito, con todo mi respeto, en uno de los quince bombos de basura que hay a lo largo de la calle. Al parecer, el resto tendrá que esperar otros tres meses.

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