Tengo que admitir que todo este tiempo he tenido una imagen distorsionada de la señora alcaldesa. Ha sido el destino, o la suerte, el que me ha permitido entender cuán grandes son sus pesares y hasta qué punto está consternada por la desesperanza de los jerezanos. Ocurrió el martes pasado sobre las once de la noche, yo había salido a pasear a Punki. Me abandoné a mis pensamientos y, cuando me quise dar cuenta, me encontré frente a una señora de mediana edad rebuscando en la basura. Iba a pasar de largo, ya que aquella mujer rubia vestía con elegancia y yo no quería que se sintiese cohibida por mi presencia, pero finalmente ella giró la cabeza.

No pude reprimir un "pero señora alcaldesa, ¿qué hace?" Ella, con un movimiento rápido de las manos, me tapó la boca. A pesar del frío, pude notar su calidez. Luego me pidió discreción con respecto a lo que había visto, algo que, como podéis ver, no he cumplido. A diferencia de los políticos, yo nunca cumplo mis promesas. Ella se agachó para acariciar a Punki y, cuando me disponía a marcharme, finalmente sus ojos se derrumbaron, y me pidió si no sería mucha molestia invitarle a una cerveza, ya que si la pagaba ella no iba a llegar, literalmente, a final de mes. Era evidente que necesitaba desahogarse, así que acabamos en una mesa escondida del bar más oscuro de Jerez, y ella se desplomó; me lo contó todo. Me comentó que le daba mucha vergüenza admitirlo, pero que apenas si comía. Me explicó que, dada la situación de gran parte de los jerezanos, no podía permitirse almorzar en un restaurante, y que se sonrojaba con la sola idea de ir de compras al Mercadona. Así que había decidido frecuentar el comedor del Salvador, siempre por la puerta de atrás, claro, que no quería líos. Su dieta la completaba rebuscando a veces en la basura, o pidiendo un bocado del sandwich de algún compañero de partido, pero que igualmente se estaban empezando a dar cuenta de su progresiva delgadez.

Luego me relató lo de su insomnio. Le costaba mucho trabajo dormir, primero por el cansancio acumulado día tras día, en ese esfuerzo inagotable por el bien de los jerezanos, y segundo, debido a todas esas ideas y pensamientos que se le acumulaban al pensar en el día siguiente, se preguntaba si podría cumplir con dignidad su apretada agenda. No le funcionaba nada, ni la valeriana, ni el bendito lexatin, ni rezar veinte padrenuestros. En ese momento estuvo a punto de echarse a llorar, y la verdad que yo también me emocioné, pero decidí que no era mi momento, sino el de ella, y la animé a seguir hablando.

Ella siguió, ¿qué otra cosa podía hacer? El Ayuntamiento estaba endeudado hasta las cejas, así que había tenido que reducirse a ella misma su sueldo en un 80%, para poder pagar a las profesionales de la limpieza. Apenas le daba para la luz y el agua, y admitió que algunas semanas había tenido que ir a asearse a Cruz Roja. Acto seguido se echó a llorar, yo me quedé sorprendido, mirando a Punki, compartiendo pensamientos de culpabilidad por haber pensado ocasionalmente que la señora alcaldesa no estaba preocupada por la situación de los jerezanos. Ella se recompuso, yo pagué la cuenta y, al despedirnos, le puse un billete de veinte euros en la mano. Nuestra alcaldesa se los metió en el bolsillo y se despidió de mí con la mirada más tierna del mundo, agradeciéndome el haberla escuchado y dispuesta a seguir en la lucha por el bien de todos los jerezanos. Nuestra querida alcaldesa.

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