Marina aceptó el reto de redactar dicho libro blanco, dando, de esta manera, un barniz de legitimidad a la cuestionada reforma educativa del Partido Popular, la LOMCE, justo en los albores de la campaña electoral que viene.
La polémica ha estallado en torno al encargo de redactar un Libro Blanco sobre la Profesión Docente que ha realizado el ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, al filósofo y pedagogo José Antonio Marina.
Seguramente en un intento más personal que otra cosa por dejar huella de su paso por el ministerio, Méndez de Vigo respondió con este envite a una carta de José Antonio Marina en la que exponía que “cualquier reforma educativa debía basarse en el profesorado, contar con él, planificar bien su formación, el diseño de una carrera profesional atractiva, la selección de los mejores”, y se mostraba convencido de que la calidad de un sistema educativo depende de su profesorado, y nada tiene que ver con los intentos de edificarlo desde el BOE. Marina aceptó el reto de redactar dicho libro blanco, dando, de esta manera, un barniz de legitimidad a la cuestionada reforma educativa del Partido Popular, la LOMCE, justo en los albores de la campaña electoral que viene.
A partir de ahí ha puesto en marcha a un equipo de profesionales de la educación y ha abierto un blog para que la comunidad educativa pueda participar en la elaboración del libro. El planteamiento participativo de su elaboración puede dar como resultado una propuesta que venga de abajo a arriba, al contrario de lo sucedido en otras ocasiones, en las que la propuesta es elaborada previamente por un grupo de “sabios” para luego ser discutida. El problema es, insisto, en que el marco normativo, la LOMCE, no es aceptado por la comunidad educativa de forma amplia, y tampoco por buena parte del espectro político, por lo que es probable que cambie tras las próximas elecciones generales del 20-D.
No obstante, Marina sostiene que el marco normativo no es determinante para el cambio en las aulas, que la mejora de la calidad de nuestro sistema educativo pasa por los docentes. Y en cierto modo es verdad, pero ello no quita la necesidad de corregir los defectos de la ley educativa (ver El final de la LOMCE: ¿un regreso al futuro?, La Voz del Sur 18-08-2015).
En general los planteamientos de Marina son todos acertados y de sentido común, como por ejemplo establecer un nuevo sistema de selección del profesorado en línea con el de los países escandinavos como Finlandia, en el cual éste es reclutado de entre el 30% de los mejores expedientes académicos universitarios, con un componente ineludible de vocación y habilidades sociales para la enseñanza. Se habla de un sistema parecido al MIR de los médicos, que, dado la complejidad del mismo, hay que estudiar detenidamente. En definitiva, plantea la necesidad de transformar la escuela española para mejorar su calidad actual y para adaptarse a “un mundo acelerado y participar en una sociedad en permanente mutación”.
También estoy de acuerdo en la necesidad de reforzar a los equipos directivos de los centros para liderar el cambio en la escuela. Hay que dotarlos de más y mejores recursos, una auténtica autonomía de gestión, mejorar su formación y pagarles mejor. No me parece, sin embargo, que se deba profesionalizar el cargo de director, pues esto daría lugar a un cuerpo nuevo, alejado de la realidad de las aulas y con cierta tendencia a obsesionarse con cumplir objetivos como si de un director de sucursal bancaria se tratara.
En el apartado de la formación de los docentes, además de referirse a la inicial como fundamental para la mejora de la calidad, también se refiere a la permanente o continua como la necesidad de contar con una red de formación eficiente que supere el fracaso de los CPR o Centros del Profesorado. Aquí hay que decir que tal fracaso no fue otro que la liquidación de los mismos en algunas comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular como la de Castilla-La Mancha.
Por último, resalta la importancia de la evaluación del desempeño de la función docente. Es cierto que en España no tenemos una cultura de la evaluación docente creada. Pero fue precisamente la LOMCE la que eliminó las pruebas de evaluación de diagnóstico que la LOE había establecido, quitando a los centros una herramienta de análisis de su labor docente, y sustituyendo las mismas por unas reválidas que recuerdan más bien a tiempos pasados. Y aquí es, en la evaluación, donde estalla la principal fuente de polémica, cuando la relaciona con la retribución del profesorado, además de con la formación y la promoción. Previamente, se ha preguntado cómo retener el talento, y se ha respondido que con incentivos materiales, sociales y morales. En su descargo hay que decir que para ello establece siete criterios distintos, de los cuales uno se refiere al “aprovechamiento pedagógico del alumno. No la nota, sino el modo como el niño o la niña ha progresado”. Los otros seis van desde el portfolio profesional del docente hasta la relación de éste con las familias, sin olvidar la calidad del centro, es decir, el entorno socioeconómico del mismo. También ha levantado bastante polémica el criterio basado en la observación del profesor o profesora en el aula. Como ejemplo de aplicación de este criterio, se expone la experiencia del Proyecto MET de la Fundación Bill y Melinda Gates que incluye la observación y análisis de las clases a través de las grabaciones de las mismas.
Creo que fomentar la cultura de la evaluación es clave para elevar la calidad de nuestro sistema educativo. Si bien, en mi entender, esa evaluación debería hacerse más en términos cualitativos que cuantitativos, y buscando un diagnóstico. Muchas veces los árboles de los números no nos dejan ver el bosque de las personas. Ligar las retribuciones del profesorado a la evaluación (o a la mejora de los resultados como se ha hecho en Andalucía con un sonoro fracaso) es caer en la falacia del cortoplacismo, según la cual el nivel de calidad de la educación ganaría enteros a corto plazo (Marina cree que se puede conseguir una escuela de alto rendimiento en un plazo de entre 3 y 6 años). Probablemente que ésto pueda ser así, y así se manifieste en las pruebas PISA pasado ese tiempo. Pero también es posible que se falseen los resultados para recoger los beneficios. Existen los malos profesores (y profesoras) como existen los malos toreros, los malos fontaneros y los malos políticos. Por eso no podemos perder de vista que la labor docente es algo diferente a fabricar coches o vender acciones preferentes. Los resultados no son inmediatos. Se verá si se ha hecho bien si con el transcurso de los años disminuyen las lacras de nuestra sociedad como la violencia de género o la corrupción y crecen los hábitos cívicos debido a una mejor educación en las escuelas.
Pero como dice Marina, “una cuestión trascendental es que el cambio educativo tienen que hacerlo los docentes que están en este momento dentro del sistema. Para eso es preciso convencer a los docentes de la necesidad del cambio, e implicarlos en él”. Pero, quizás, para ello no sea bueno jugar con sus retribuciones, las de un colectivo motivado principalmente por la vocación de enseñar.