El llanto de Garamendi

Cristóbal Orellana.

Licenciado en Filosofía (US), Diplomado en Geografía e Historia (UNED), Máster en Archivística (US), Máster en Cultura de Paz y Conflictos (UCA), de profesión archivero, de militancia pacifista, de vocación libertario, pasajero de un mundo a la deriva.

Garamendi, durante el acto en el que acabó entre lágrimas.
Garamendi, durante el acto en el que acabó entre lágrimas.

Con gran sorpresa vi en el telediario gubernamental el llanto de Garamendi, emocionado por el apoyo recibido de la cúpula de la CEOE frente a las críticas que dicho presidente de la misma ha recibido en estos días por posicionarse del lado del gobierno progresista en relación con el asunto de los indultos a los políticos catalanes independentistas.

Humanamente, he visto a un hombre sujeto férreamente a las circunstancias, zarandeado por ellas, consumido por la coyuntura, pidiendo perdón a sus amos frente a un conglomerado de cosas difíciles de sobrellevar. Humanamente, he visto a un ego teniendo, a pesar de sus propias convicciones más íntimas, que llevar la contraria no ya a sí mismo, sino también a quienes le han puesto en el cargo. Humanamente, he visto a una persona sinceramente rota, más o menos confusa, por verse obligado a morder la mano de quienes le dan de comer y a quienes, jamás, habría pretendido traicionar nunca. Humanamente, he visto a un empleado de la gran patronal escindido entre Escila y Caribdis, entre su rol público y su nuevo acceso a la verdad, entre él mismo y sus valedores. En lo personal, Garamendi corre el riesgo de sufrir reprimendas de todo tipo en el presente y en el futuro por haberle llevado la contraria a quienes mandan en este país. Su gesto, en lo personal, es asombroso. Su rotura, su llanto, por tanto, lógico, inevitable.

Y en este sentido, me siento (de algún modo que no adivino bien) del lado de Garamendi… porque, ¿quién no se ha visto en esa circunstancia más de una vez en su vida?. Yo sí, desde luego (salvando la enorme distancia entre dicho señor y yo). Porque alguna vez me he visto entre dos fuegos, y entre tres. Yo, y tantos, también he llorado, también hemos llorado. Yo también lloro, por ejemplo, al comprobar cuál es la deriva material de las administraciones públicas fruto de severos recortes. Lloro que se me parte el corazón.

Desde el punto de vista político, sin embargo, lo que siento, al ver ese llanto, al pensar en lo que significa esa hemorragia descontrolada de sentimientos del señor Garamendi, es puro pánico. Me explico.

Garamendi ha llegado a la conclusión, frente a sus poderosos mentores del IBEX, que la brutal explotación laboral y los astronómicos beneficios empresariales de la banca (por citar dos factores de peso) en el actual panorama social, institucional, político y económico, son cuestiones que, de mantenerse más tiempo en el mismo grado de depredación, prenderían la mecha de un fuego social de consecuencias imprevisibles. Es decir, Garamendi sabe que estamos en un punto extraordinariamente frágil. Sabe que estamos al borde del precipicio económico y social. Sabe que el elevado precio de tantos servicios y productos (luz, telefonía, internet, gasolina, vivienda, etc., etc.) es un callejón sin salida incluso para el gran capital.

Este conocimiento suyo es, a mi entender, la única razón, obviamente, que le ha llevado a mantenerse en una actitud llamémosla prudente en el endiablado tablero político español; la única razón que le ha llevado a plantarse (valga esta generosa expresión) ante los suyos para que la baraja general no quede peligrosamente rota y desatados los estallidos sociales sin freno, conducentes a escenarios imprevisibles.

Digo que esto me da pánico porque este acto de extrema inteligencia de Garamendi, la razón expuesta que le ha llevado al llanto, no es, desde luego, en apoyo del gobierno, sino en apoyo de la estabilidad a corto y medio plazo de un sistema (el que él defiende) que ha de basarse sí o sí en cierto nivel de conciliación (obviamente, impostada) con los elementos social y político. Garamendi, frente a la voracidad suicida de las grandes empresas y capitales, las mismas que han conducido al país al borde del abismo y han consentido colocarle a él donde está, ha decidido aminorar un poco el brutal margen de ganancia y dar a su sistema de depredación tiempo para que no se produzca un descarrilamiento general.

Su jugada es no ya una jugada maestra, sensata, fina y realista, sino una muestra de que queda alguien ahí arriba, entre los poderosos, que sabe perfectamente que los abismos no convienen a nadie. Diría, políticamente, que el PSOE ha logrado revalidar aquí su más genuino y auténtico mensaje desde hace más de 40 años: “todo para el pueblo, pero siempre de la mano del IBEX, la OTAN y el FMI”. Entonces, una parte del gran empresariado, una parte del gran capital, sabe sobradamente bien que en estos momentos el mensaje del PP es contraproducente, dinamita pura. Nadia Calviño será, sin ningún género de dudas, la próxima presidenta de este país. Y Yolanda Díaz lo va a tener ahora más difícil para lograr cambiar en profundidad la “Ley 3/2012, de 6 de julio, de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral”. Los sindicatos han elogiado públicamente el posicionamiento de Antonio Garamendi en relación con los indultos.

Siento pánico porque la CEOE y Nadia Calviño han ganado enteros para mantenerse en una situación de gran influencia política para, ahora, tras este histórico gesto, sostener lo esencial del estado de precariedad general (bajos salarios, altos índices de desempleo, recortes de todo tipo, contención del gasto con una brutal deuda acumulada, férreo control de pensiones, despidos a bajo precio, etc.) sin que sea necesario, exceptuando medidas cosméticas, modificar lo más sustancial, es decir, ese entramado neoliberal que logra, así, con este llanto, enquistarse, hacerse fuerte, superar el descomunal bache en que estamos ahora y fagocitar cualquier esperanza de un cambio de rumbo hacia los derechos sociales y el fortalecimiento de los intereses públicos. “No, no se puede” porque Nadia Calviño y el llanto de Garamendi acaban de cerrar ya, definitivamente, las puertas a lo que Unidas Podemos, justamente, pretende.

Para resumir mi atemorizado análisis del llanto de Garamendi concluiré dos cosas: 1ª) este desparrame emocional del interfecto pasará a la historia de este país como el golpe de estado más sutil, artístico, hábil y rematadamente inteligente que haya dado el gran capital español en todo el s. XX y lo que llevamos del s. XXI, y 2ª) me pongo en la piel de Antonio Garamendi y lloro, lloro también, emocionado, aunque en mi caso por la que nos espera a los trabajadores de este país de la mano de un PSOE ya completamente alejado de la “O” de sus siglas y que ahora exonerará al empresariado de toda responsabilidad en el estado de corrupción (¿en el que algo habrá tenido que ver la CEOE?)  tan severa en el que hemos permanecido durante varias décadas.

Posdata: confieso que no tengo la menor idea de cómo interpretar el permanente y ridículo desvarío en que se halla el PP (exceptuando si su echarse al monte tiene algo que ver, no sé, con M. Rajoy… y cosas así). Los indultos han sido bendecidos por la iglesia y el descabello del PP alea jacta est.

 

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