Lacartijas

Imagina un equipo de rugby de mujeres mayores de treinta y cinco años, la mayoría madres de hijos que también juegan al rugby

16 de octubre de 2025 a las 10:50h
Equipo de mujeres Lacartijas
Equipo de mujeres Lacartijas

La ventana del departamento está demasiado alta y aun así es fácil sentir la brisita que entra desde el patio. Mi compañero teclea en el ordenador con una cadencia rápida y por sus gestos entiendo que está escribiendo un correo con difícil contenido. La palabra “difícil” puede que resulte demasiado seria, pero la arruga que cruza su frente da muchas pistas.

En mi pantalla, tres pestañas aparecen superpuestas y soy consciente de que todas son necesarias para la tarea que tengo que terminar. Si me escanearan el cerebro con rayos X o alguna novedad de las que no entiendo demasiado, probablemente se vería exactamente igual que esta pantalla: exceso de información abarrotando el espacio, pero en forma de collage, no organizada en pestañas. El dibujo incluye burocracia en tonos grises, comidas y cenas coloreadas, una mano con los cinco dedos separados, palabras en Word y prendas de ropa por planchar. Si el escáner fuera más preciso, se apreciaría música de gimnasio turnándose con melodías relajantes y canciones de Vanesa Martín.

Esta imagen, propia de sueños oníricos, es la representación de una realidad tan verídica como asfixiante. He leído mil veces que vivimos en una rueda de hámster, que la vida se pasa mientras hacemos y deshacemos, que parar es necesario…pero a ver quién es el guapo o la guapa que sabe parar sin que se le venga toda la realidad de golpe.

Yo tengo un truco para llevar la rutina con más o menos dignidad, la mayoría de las veces funciona y otras da un tono amable a lo difícil de aceptar: hacer cosas disfrutonas, al menos una al día. Con lo de disfrutona me refiero a actividades que generen más disfrute que ansiedad, a pesar de tener que pasar por agendar y echar mano del reloj.

Mi último descubrimiento, las Lacartijas. Imagina un equipo de rugby de mujeres mayores de treinta y cinco años, la mayoría madres de hijos que también juegan al rugby. Su historia es inspiradora: en lugar de mirar a sus hijos mientras entrenaban, decidieron empezar a jugar ellas. Una cosa llevó a la otra y varios años después han llegado a ser tricampeonas en distintos torneos, pero lo mejor de este grupo de mujeres no es eso: diez minutos entre ellas bastan para notar la calidad humana, el valor de equipo y la energía brillante que emana de los poros de estas treinta y tantas mujeres.

En mi registro mental aparece que en más de una ocasión he escuchado decir que en un grupo de mujeres suele haber rencillas, comparaciones y demás lindezas; me pregunto si la persona que piensa eso es mujer, o si juega en un equipo femenino. Supongo que dependerá de las personas, sin inferencia del sexo. En todo caso las Lacartijas son el ejemplo vivo de que un grupo de mujeres puede ser lugar seguro, terapia, encuentros, desencuentros, convivencia y paz a la vez que juerga asegurada, como en cualquier grupo de personas bien intencionadas y con ganas de vivir bonito.

Estas mujeres crearon una red de apoyo y valores compartidos desde la nada, desde una idea divertida y arriesgada, buscando equipos, contactando con quien pudiera escucharlas, echando ganas. Y es que la creatividad es la mayor fuente de energía del mundo.

Mientras sigue entrando el viento por la ventana se me ocurre que el circuito eléctrico que tengo que explicar a mis alumnos de Formación Profesional en inglés se parece un poco a las Lacartijas: los componentes en forma de mujeres interconexionan y transportan una corriente eléctrica, con la diferencia de que no es un circuito cerrado, sino abierto a todo el que quiera compartir. En este circuito la rutina deja de serlo y surge la creatividad, como aparece la luz en la bombilla.

Y es que me reafirmo: compartir es la mejor manera de transportar luz, la tuya y la del mundo. La rueda de hámster pasa a ser una noria de la feria, con sus sustitos y sus risas, su música imposible y el riesgo que motiva. Y eso no está nada mal en este mundo que cada vez se me antoja más ombliguista (ya sabes a qué me refiero: nos encanta mirarnos el ombligo aunque no nos paremos a limpiarlo, pensando que la ducha hará lo propio).

Vuelvo al ordenador y al sonido de las teclas del ordenador de mi compañero. En breve sonará una sirena y volveré a clase, tengo un montón de cosas que explicar en inglés de las que no sabía nada hace unos meses y espero no equivocarme, ellos son mucho más expertos que yo en componentes eléctricos y me encanta que me cuenten con naturalidad lo que yo intento entender a base de mucho leer. Son inmensamente mejores que la Inteligencia Artificial, es un hecho.

Voy a intentar relacionar a las Matter del rugby con circuitos y creatividad, a ver qué sale de este cóctel molotov. No se me puede olvidar el verbo clave: compartir. Y todo en inglés.

La cara de mi compañero ya está relajada, no hay atisbo de arrugas de preocupación. Suena la sirena y mientras subimos las escaleras nos cruzamos con alumnos y profesores. Si me paro a pensarlo no hay un entorno mejor para la creatividad que un centro educativo. Ojalá lo que hoy les cuente sirva para que en sus cabezas puedan mezclar rugby con bombillas y salga algo bonito. Y si no, que al menos lo intenten. Sí, lo sé, tengo mucha suerte.

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