Cualquiera que salga durante estos días por el centro de Jerez o sus inmediaciones quedará prendado del ambiente navideño que se respira. Es una irresistible combinación de tradición, color, villancicos aflamencados, vino y compañerismo que invade nuestras calles y multiplica su afluencia. El centro de la ciudad presenta un aspecto que durante el año pocas veces luce y cuyo principal reclamo atiende al nombre de Zambomba.

Para una ciudad con 31.936 parados y un centro histórico en estado de coma, la época de zambombas —cada vez más larga en el tiempo, por cierto— representa un balón de oxígeno, un incentivo turístico que ayuda a maquillar el balance económico de muchas pymes. Pero atención, que no es oro todo lo que reluce.

El boom de la zambomba ha destapado la perversión del concepto por parte de ciertos negocios, que han entendido la fiesta con ojos exclusivamente recaudadores. Y habría que advertirles a algunos hosteleros que una Zambomba no equivale a contratar a dos cantantes, un guitarra y un caja para interpretar villancicos. Eso es un concierto navideño. Una zambomba va más allá, en ella el espíritu de la misma es una parte indisociable.

Cuentan los libros de Historia que su origen data del siglo XIX y que surgen en las antiguas casas de vecinos de los barrios más flamencos de Jerez, donde la gente se reunía en sus patios y compartía comida, vinos, licores y pasteles mientras cantaban villancicos y otras canciones populares. La esencia de la Zambomba era básicamente comunitaria, significaba una forma de sobrevivir al dictado de los tiempos y al frío invierno. Como otras manifestaciones culturales que surgieron de las clases populares, hoy su contexto ha evolucionado.

Podemos ver Zambombas casi en cualquier espacio y esfera social. Su universalización la ha hecho archiconocida, hasta el punto que fue declarada el pasado año Bien de Interés Cultural. En contraprestación, se han disparado los casos de Zambombas impostadas, shows que buscan, al más puro estilo neoliberal, optimizar los recursos atendiendo únicamente al rédito económico. Son actuaciones que se alejan de la autenticidad y pierden su duende. Y ojo, porque ya se están viendo casos de turistas ofendidos, que se sienten estafados al topar con algunos de estos productos prefabricados de consumo rápido. También se han visto resacas bochornosas que han dejado un reguero de basura y desperfectos a su paso.

Jerez caería en un error si descuidara la identidad de la fiesta y atendiese solo a cubrir sus urgencias económicas, si creyéramos que la Zambomba puede dar respuesta por sí sola a cuestiones económicas y no como una pieza más dentro de un plan de turismo permanente. Si no trabajamos en la calidad de nuestra fiesta, la Zambomba está abocada a morir de éxito.

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