La vida que nos espera

Seguimos viviendo a través de una pantalla, cantando el cumpleaños feliz por los balcones, aplaudiendo, siempre puntuales a las 19:58 horas

mj romero

Presidenta de la demarcación en Jerez del Colegio de Periodistas de Andalucía

Un operario limpia las calles de Jerez. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Un operario limpia las calles de Jerez. FOTO: JUAN CARLOS TORO

Llevamos ya 22 días confinadas, ¿o eran 23? Hay días que no miro el contador, aunque sí tacho en rojo cada uno de los días del calendario. El mío aún no tiene fecha final, una meta a la que llegar. Nadie lo sabe en realidad. ¿Será mayo? ¿Junio? Lo que parece claro es que no será abril, y cuando pase podremos entonar a Sabina y preguntarnos quién nos ha robado el mes de abril.

Lo cierto es que ni siquiera nos ha dado tiempo a guardarlo en un cajón, junto a nuestro corazón. Simplemente lo hemos perdido. La vida nos ha cambiado mucho en 22 días… ¿O eran 23? La hemos postergado para otro mes, ya se verá cuál… Nos ha cambiado tanto que ahora cuando preguntamos “¿cómo estás?”, lo hacemos de verdad. Queremos saberlo y nos preocupamos si una amiga tiene un mal día, y la llamamos y tratamos de animarla con memes o con una simple videollamada. Ahora, llamamos a nuestras abuelas más que antes porque su vida, su salud, es nuestra prioridad. Y debería seguir siéndolo cuando salgamos de esta.

Mientras eso sucede, seguimos viviendo a través de una pantalla, cantando el cumpleaños feliz por los balcones, aplaudiendo, siempre puntuales a las 19:58 horas, y cambiando las cañas en nuestro bar favorito por noches de vino a través de Skype.

Nos acercamos al mes de confinamiento (que será, sin duda, la palabra del 2020) y la Semana Santa se antoja menos litúrgica que otros años. Una semana en la que hemos cancelado todos nuestros planes, los viajes y escapadas, las cervezas al sol, las recogías de madrugada de esa procesión que vemos cada año, y fantaseamos con la vida que vendrá después. Queremos que el tiempo pase rápido. Miramos la vida que nos espera desde nuestra ventana convertida en trinchera de una guerra que nos ha golpeado más fuerte de lo que creíamos.

Seguimos aplaudiendo desde nuestra trinchera, también por nosotras, por resistir frente a los impulsos que nos llevan a querer salir a la calle. Y nos quedamos en casa, por el bien de todo el mundo, por coherencia y por decencia. Apretamos los dientes y resistimos porque sabemos que es lo que hay que hacer, porque para salir pronto, hay que quedarse en casa... Que alguien se lo explique al obispo.

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