Dispositivo de búsqueda del pequeño Julen. FOTO: Juan R. Fenicio
Dispositivo de búsqueda del pequeño Julen. FOTO: Juan R. Fenicio

No cabe duda de que la aparición y evolución las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ha supuesto un indudable avance para toda la sociedad. Lo que hace cien años parecía una utopía, hoy se ha hecho realidad, permitiéndonos disfrutar de una serie de herramientas e instrumentos que nos permiten estar conectados e informados al instante de lo que ocurre en cualquier parte del planeta.

De la mano de las TIC, las redes sociales han traído consigo una profunda transformación en la manera de informarnos. Twitter o Facebook se han convertido en la herramienta preferida por multitud de ciudadanos, debido a las facilidades que les proporcionan, acercando la información a sus pantallas con tan solo un clic. La utópica Sociedad del Conocimiento parecía cercana, posibilitando a ciudadanos de cualquier lugar del mundo establecer redes de conocimiento e información.

Por desgracia, este escenario tan positivo, acorde a las posibilidades que hoy poseemos, se derrumba ante cada suceso de actualidad, los cuales son explotados hasta la saciedad para lograr atraer la atención de los individuos, que, dirigidos por multitud de estímulos procedentes de diversas fuentes de información, dejan a un lado su carácter “ciudadano” para entregarse al morbo con el que las tragedias se aderezan día tras día, incorporando todo tipo de detalles para mantener la atención del espectador.

Dispositivo de búsqueda del pequeño Julen. FOTO: Juan R. Fenicio

Parece que para determinados periodistas y medios de comunicación  cada suceso se convierte en una oportunidad inmejorable para mejorar las audiencias y clics. Desde Julen al pececito Gabriel, hemos asistido atónitos en los últimos meses a un tratamiento de estos casos ya no solo contrario a la ética periodística, sino opuesto a todos los valores que deberían presidir en estos sucesos tan trágicos. Cualquier detalle se convierte en noticia de última hora, a fin de que el espectáculo continúe, aunque el precio a pagar sea una desagradable exposición al público de las personas más cercanas a la víctima.

Si la Sociedad de la Información prometía un futuro ideal para que los medios de comunicación y el periodismo alcanzaran nuevas cuotas de rigor y profesionalidad, nos encontramos frente a un panorama que roza lo esperpéntico, con una Sociedad de la Información denigrada en una Sociedad del morbo, donde periodistas como Ana Rosa Quintana o Susanna Griso se convierten en caras visibles de un periodismo lejano a su función, enfocado ahora en captar a los espectadores, tan culpables como las primeras de que el pésimo tratamiento de la tragedia de Julen no sea un caso particular, sino la confirmación de que la ética periodística está desapareciendo de nuestras pantallas.

Son días de tristeza por la pérdida de Julen pese al enorme sacrificio de los mineros asturianos. Quizás la investigación del Consejo Andaluz de Comunicación, la lamentable imagen de los lásers apuntando a las cámaras y el rechazo que varias voces de renombre han mostrado frente al abordaje de este suceso hayan hecho tomar conciencia a ciudadanos y periodistas. Porque si la reacción no parte desde aquellos que aún no han caído en el nido de las aves carroñeras, ellas siempre encontrarán una excusa por la que the show must go on.

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