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El buen hombre se despertó sudando, con la cara descompuesta y el semblante picado, como si llevara mucho tiempo aguantándose las ganas. Serían poco más de las cinco de la tarde, la hora de los toros. En la tele, encendida desde la sobremesa, seguían insistiendo en que según la NASA, de las pocas cosas que se ven desde el espacio son las colas de imputados ante la Audiencia de Barcelona. Mariano no termina de creérselo.

Recién despertado a Mariano se lo comen los nervios. Mira su reloj y comprende que lleva durmiendo más tiempo del deseado. ¿A quién no le ha pasado alguna vez? Exhausto, desencajado, transpirando más de la cuenta, goteando incluso y machacado por la ansiedad, busca en los bolsillos de su pijama su botellita de agua milagrosa de San Genaro. No la encuentra. Por eso vuelve a tocarse y retocarse los bolsillos. En la espera la habitación del hotel en el que se hospeda durante su gira por Cataluña se le hace un mundo. Las cortinas se arremolinan con las paredes. Es como si de un momento a otro todo lo que había sido su vida fuese a venirse abajo. Busca detalles a los que agarrarse pero todo le parece ordinario y convencional, sin estilo, insulso, descatalogado, sin merecimientos. Solo el ejemplar de Interviú, abandonado sobre la mesilla de noche, con un posado en portada de Rivera con un ejemplar de la Constitución como toda prenda, da al aposento un aire familiar. “¿Dios, qué me está pasando?”.

Sentado sobre la cama, con el cuerpo recuperando el temple y con las gafas en su sitio, todo parece ir tomando de nuevo rumbo. De la calle llega el sonido del viento restregándose contra los grandes ventanales. Y a lo lejos en el horizonte se dibuja la silueta viril de la torre de la Compañía de Aguas como si la ciudad entera fuera un sex-shop, o aquello un monumento a Nacho Vidal. Cuando se diseñó la torre esperaban quitarle clientes a Santiago de Compostela. El asunto no ha ido de todo bien, aunque alguna asociación de solteras de mi pueblo está en trámites para organizar peregrinaciones.

En la habitación contigua una pareja de homosexuales recién matrimoniados peca con ganas contra la ley de la Santa Madre Iglesia. Los sonidos del infierno corren de una habitación a otra. Mariano vuelve a secarse el sudor y escucha atento el deleite. Un poco de aire mueve las cortinas. “Habrá que cerrarlas”, se dice.

Ya más recompuesto ha echado a andar cual si se  dirigiera a la tribuna de oradores del Congreso. Antes que nada asegura los pestillos del ventanal. Y haciéndolo un destello luminoso en el horizonte le hace fijar la vista. Los ojos, sin quererlo se le han llenado de sangre. El pulso se le ha acelerado. Rebusca de nuevo entre los bolsillos mientras la hiel le sube esófago arriba y toma forma en su boca. Las gafas se han empañado. “¡Dios, qué nos está pasando!”

Busca de nuevo en el horizonte. Cuando baja la vista a donde había de estar la calle, España ha desaparecido. No queda nada. Una planicie de dunas de arena rojiza se abre ante sus ojos. Solo los postes y conductos de Gas Natural se pierden en el horizonte”, piensa con dolor. “Dios, dios, ¡dónde está mi España?

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