Violencia vicaria: Tomás Gimeno no es un enfermo, es un cruel asesino machista

No es solo la maldad extrema, el escalofriante y repulsivo filicidio tiene que ver con lo que se conoce como violencia vicaria, una derivada del maltrato de género

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Anna y Olivia, en una imagen difundida por su madre.
Anna y Olivia, en una imagen difundida por su madre.

“No las vas a volver a ver”. Es la última amenaza que Tomás Gimeno espetó a su mujer, Beatriz, al raptar a sus dos hijas, Anna y Olivia, de 1 y 6 años, respectivamente. 45 días después de la denuncia de desaparición de las pequeñas, este 10 de junio, día de Santa Olivia, una niña mártir siciliana considerada santa por católicos y venerada por musulmanes, ha aparecido el primero de los cuerpos, el de Olivia, a 1.000 metros de profundidad.

Hay quienes quieren reducir esta desgarradora tragedia a un caso fruto de la más abominable expresión de la maldad humana o al hecho de que la mayor virtud del demonio es convencernos de que no existe. No crean solo eso. La naturaleza humana, la condición humana, son despiadadas, crueles, perversas, pero ese “no las vas a volver a ver” no es la advertencia severa de un demente o de un psicópata, es la sentencia de un asesino machista que no soportaba que su expareja, madre de sus hijas, hubiera rehecho su vida.

Las bolsas amarradas al ancla en el fondo marino, rastreado por robots submarinos, respaldan la hipótesis policial de que Tomás Gimeno, de 37 años, secuestró a las niñas en su embarcación y cerca de la costa tinerfeña las arrojó al mar. El escalofriante y repulsivo filicidio tiene que ver con lo que se conoce como violencia vicaria, una derivada del maltrato de género que consiste en dañar a la madre de por vida de forma indirecta, es decir arrebatándole lo que más puede querer: sus hijas.

Tortura extrema y venganza inhumana que han arrebatado la vida de dos niñas pequeñas y que han matado en vida a una madre de la que es inimaginable siquiera pensar qué estará sintiendo. No, Tomás Gimeno no es un enfermo, es un criminal producto del heteropatriarcado. La lacra de la violencia machista, esa que algunos que ocupan puestos de relevancia pública insisten en negar, llevada al paroxismo.

Una conmoción nacional que debería remover conciencias y disipar ciertos discursos nocivos del debate público en un 2021 que está siendo especialmente terrible en cuanto a la escalada de la violencia machista, un mal estructural de nuestra sociedad, una lacra que no para y nos corroe. Si Beatriz, como Juana Rivas, se hubiera negado a que se fueran con su padre ella quizás estaría en la cárcel, pero sus hijas seguirían vivas.

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