Un Uber viene a verme

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Publicidad de Uber en Facebook, estos días pasados.
Publicidad de Uber en Facebook, estos días pasados.

Esta semana me abordó un pensamiento al saltarme en mi timeline de Facebook la publi que ha hecho Uber sobre su desembarco en Jerez y otras ciudades de la provincia de Cádiz. Pensé, casi automáticamente, que con ese fugaz gif promocionado en la red social esta compañía multinacional estaba haciendo más provincia que en cuatro décadas de ayuntamientos y diputaciones democráticas. No recuerdo bien los mensajes, pero básicamente se resumían en la idea de que gracias a este servicio te montabas en un coche tras abandonar la terminal de La Parra y acababas el trayecto en Valdelagrana, tomándote unas gambas en La Fría.

Esa idea de territorio global e interconectado, de gran área metropolitana, sobre todo en lo que respecta a la Bahía con Jerez —el Campo de Gibraltar daría para otra pieza—, lleva vendiéndose como un deseo desde hace décadas, pero nunca ha habido realmente voluntad de que fuese un horizonte alcanzable. No parecía interesar políticamente a ninguno de los sucesivos representantes públicos, ya fuesen del partido que fuesen. Quizás los reinos de taifas son más rentables para sus propios intereses, pues ya es sabido que a río revuelto, ganancia de malversadores. El caso es que una empresa que, dicen, tributa en paraísos fiscales ha llegado aquí haciendo mucho ruido, enfrentada una vez más con el sector del taxi de toda la vida, que soporta estoicamente caros costes por licencias y por el mantenimiento de su oficio, y desembarca dando lecciones de vertebración territorial y alianza entre municipios próximos entre sí.

Una conurbación de alrededor de 650.000 habitantes que colocaría a esta zona como la segunda gran capital más poblada de Andalucía, solo superada en varias decenas de miles de habitantes por la capital autonómica, Sevilla. El peso de una voz unívoca que comprenda esa suma como un todo (porque lo que se consiga sería para todos, independiente de cada municipalidad) significaría obtener un altavoz de una potencia tal que redundaría en conquistas de demandas históricas para una de las zonas más empobrecidas de la Unión Europea. Una zona, además, especialmente castigada por la gran tragedia humana del Mediterráneo, y por una de las principales entradas a Europa de los grandes proveedores de la droga que se consume en el continente. Nos faltan razones y excusas para lograr ayudas que luego quedan en nada; tenemos argumentos de peso para sacar pecho por la riqueza con poco parangón que nos rodea, pero no logramos hacer rentable tanto potencial… Ahora se necesita algo en que creer.

Sobran mercachifles, contiendas partidistas, veneno en la piel y chovinismos catetiles. Ya no hay sitio para la tangana ni la barbarie del lado más salvaje del fútbol, que convertía los duelos deportivos en luchas tribales por marcar el territorio. Ahora, tras medio superar una de las mayores recesiones que los más viejos del lugar recuerdan, no queda espacio para las lamentaciones y para las batallas estériles. Estuve trabajando en un periódico en el que estaba vetado usar el gentilicio gaditano si estábamos redactando una pieza de la sección de Jerez. Eran manías, absurdeces. “Eso puede restar lectores, la gente aquí es muy sensible con eso”, venían a justificarme cuando al principio, picado por la curiosidad de uno que profesa el amor-odio a su tierra –algo que, creo, le pasa a infinidad de paisanos—, preguntaba por la razón de ese veto. A pesar de todo, de tanto insistir por unos y por otros, la gente al final se ha empeñado en darle la vuelta a la tortilla.

Cada vez, al menos por lo que veo y detecto en el entorno, cuesta menos entender que igual de atractivo puede ser visitar Cádiz capital en Carnaval que acudir a la ciudad más poblada de la provincia para disfrutar de su Feria del Caballo. Que una noticia gaditana puede resultar de interés para un jerezano, y viceversa. O que incluso la Sierra está más cerca y es aún más rica de lo que creíamos. Igual que La Janda. O podemos ir a Los Toruños, en El Puerto, cada domingo a comprar en su fantástico ecomercado o pasear frente a las marismas. O viajar hasta el Rancho de la Miel, en plena campiña, y desconectar en este bello mundo rural que tenemos. O, más prosaico, ir a Bahía Sur o venir al Primark. O darse una vuelta gastronómica por la ONU culinaria que representa Rota. Porque, si me apuran, esta gran área metropolitana bien podría llegar a la costa noroeste, donde Cadizfornia también despliega sus infinitos encantos entre Punta Candor, Chipiona y la Algaida. Ahora Uber te planta de La Parra a Costa Ballena en un salto, a precio cerrado, con botellita de agua.

Si alguien hubiera frenado ese empeño por vivir de espaldas unos con otros, a lo mejor nos hubiéramos abrazado antes y el cariño se habría quedado en casa. Y lo habríamos compartido con quienes vinieran a visitarnos y con quienes más lo necesitaran. Y un Uber no vendría a vernos para asustarnos, sino para competir en igualdad de condiciones contra un monstruo llamado provincia de Cádiz, que sabe hacer muy bien las cosas, que sabe pelear por lo que le corresponde y que, sobre todo, quiere dignidad y futuro para sus gentes. A lo mejor no es tarde todavía.

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