A Yelmo no le gusta 'tragarse' tu comida y bebida, pero nosotros sí tenemos que 'tragarnos' su aluvión de anuncios

La bajada del IVA no ha abaratado las entradas a las salas, cada vez exhiben más publicidad que nos cuelan por la cara y, como colofón, prohiben introducir aperitivos o refrescos de la calle. Facua asegura que esta práctica es ilegal

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Advertencia en el cine sobre la prohibición de acceso de comida y bebida de la calle, en días pasados.
Advertencia en el cine sobre la prohibición de acceso de comida y bebida de la calle, en días pasados.

Esta semana, en vísperas de Halloween y del puente de Todos los Santos, se celebra la Fiesta del Cine. De lunes a miércoles, en los cines volverá a demostrarse que es posible arrastrar a numeroso público a las salas rebajando el precio de la exhibición cinematográfica en nuestro país a una cantidad por entrada (2,9 euros) acorde a lo que antiguamente se anunciaba como precios populares. La cosa está subvencionada directamente, no crean que ellos palman algo de sus pingües beneficios. En la víspera y en los días festivos, fuera ya de la Fiesta, la gran pantalla volverá a llenarse de espectadores (porque la gente, pese a lo que dicen, sigue yendo, o intentando ir, al cine) que, a diferencia de los días anteriores, abonará 6,90 euros (6 euros en caso de niños o pensionistas).

El cine será esta semana un 138% más caro dependiendo de si vas un lunes laborable o si acudes el viernes por la noche, festivo. Una diferencia a todas luces desproporcionada que deja a las puertas de acceder a la magia del celuloide en pantalla grande a las familias más humildes o con dificultades para llegar a fin de mes. Los perjudicados de siempre. El IVA que grava a las entradas de cine bajó en 2018 del 21 al 10%, pero ustedes creo que no lo habrán notado mucho. Yo no. El lobby de la industria lo que hizo fue reclamar una bajada al tipo reducido para subvencionarse indirectamente, pues inmediatamente después a la bajada del IVA lo que hizo fue aumentar el precio de las entradas. No, es imposible que hayan notado rebaja alguna. De hecho, El Confidencial publicó hace unos meses que los cines se han quedado un 58% de la rebaja del IVA para elevar sus beneficios.

Hace ahora un año, coincidiendo con otra Fiesta del Cine, la plantilla de Yelmo Cines —cadena de exhibición que tiene el monopolio en Jerez, una ciudad con 215.000 habitantes y que atrae público de un área metropolitana de unos 600.000 habitantes— denunció que su hora trabajada valía menos que un cartón de palomitas pequeñas. Unos 4 o 5 euros la hora y sin incluir el pago de pluses como la nocturnidad. No ha habido más protestas por lo que se supone que algo habrán conseguido mejor los trabajadores de la cadena de exhibiciones cinematográficas. Líder en España, propiedad de la mexicana Cinépolis y con una facturación anual de más de 120 millones de euros, Yelmo lanzó una serie de salas luxury, con butacas premium, 100% accesibles —una denuncia recurrente en algunos de sus cines— y con carta de restaurante. Recientemente abrió unas de estas salas en el centro comercial Lagoh, en Sevilla.

Yo recuerdo desde los tiempos del Cine Jerezano comprar chucherías en el kiosco de la plaza San Andrés y entrar sin problema al cine, que era propiedad de una empresa familiar local de toda la vida

Sin ir al sector del lujo ligado a la proyección de una película en un cine, lo que en esencia venden estas empresas multinacionales, ya de por sí es complicado para muchas familias acudir al cine con sus hijos y pagar las entradas, y algún que otro cartón de palomitas. Sin promociones, el pequeño cuesta 4,95 euros y una botella de agua de 0,50 cl. sale por 2,30 euros (en un súper cuesta unos céntimos). Lo más barato de la carta popular de Yelmo cuesta 1,60 euros y es, por ejemplo, un Kit Kat. Yo recuerdo desde los tiempos del Cine Jerezano comprar chucherías en el kiosco de la plaza San Andrés y entrar sin problemas al cine, que era propiedad de una empresa familiar local de toda la vida. Recuerdo a aquel señor del recoleto kiosco, al que le faltaba un brazo, pero que, por momentos, multiplicaba sus extremidades para atender debidamente a tanto crío como se le acercaba in extremis antes de que sonara dentro del patio de butacas —qué pena ese edificio— la cancioncilla contagiosa de Movierecord.

Pues bien, aquellos tiempos se perdieron como se perdió aquel kiosco y el Jerezano. En cambio, mientras intentamos que no se pierda aquel niño que fuimos, vemos cómo los grandes monopolios siguen haciendo de las suyas sin pudor. Yelmo Cines, y hablo de esta cadena porque es la única, como decía, que tenemos en la ciudad en la que vivo, ha colocado por todo el cine un mensaje claro de unas semanas a esta parte: "No está permitida la entrada de alimentos y/o bebidas no adquiridas en Yelmo". Lógicamente, la reacción de los espectadores no se ha hecho esperar: indignación en las redes sociales, el muro de lamentaciones de la época. Pero las salas se siguen llenando y, el que puede, comprando palomitas a precio de 100 gramos de jamón del flojo. Organizaciones de consumidores como Facua ya han advertido, y en algunas ciudades se les ha dado la razón, de que es ilegal esta prohibición.

La razón es sencilla: por mucho que diga Yelmo, su negocio no es la restauración, sino la exhibición cinematográfica, por la que ya ingresa, por cierto, muchísimo dinero al año, de mucha gente que acude al cine como único divertimento, como forma de pasear un poco a los pequeños; y lo hace a duras penas por el gasto que supone. ¿Qué hacen estos gigantes de las proyecciones cinematográficas ante estas quejas de sus clientes? Nada, no llevan razón. Se acogen a un epígrafe del IAE que dice que como tienen bar, pues no se pueden meter cosas de la calle. La gente, mal que bien, cumple. Entras en la sala, se apagan las luces, ¿qué hace Yelmo? Te carga diez minutos de publicidad que tienes que tragarte por la cara. Si pagas una entrada, se supone que pagas por no tener anuncios. Antiguamente, pagabas el Canal Plus y no había un puñetero anuncio. Ahora en Movistar, que sigue siendo de pago y mucho más cara, te atiborran de anuncios forzosos que no puedes quitarlos ni para adelante, ni para atrás.

Estuve viendo Mientras dure la guerra el domingo de la semana pasada. La entrada doble costó casi 14 euros y la sesión comenzaba a las 17:05 del domingo. La película no empezó hasta las 17:19. En todo ese tiempo, un anuncio de autobombo de Yelmo, un anuncio del Gobierno de España sobre el teléfono de violencia de género —publicidad institucional—, un anuncio de coches, un anuncio de un banco, un anuncio de una ONG, un anuncio de un coche, un anuncio autopromocional, cuatro tráilers, y un anuncio de un coche. 12 anuncios en casi 15 minutos. Me preocupé en apuntar hasta las marcas que daban soporte a cada spot. Y pensé: Yelmo nos hace tragarnos sus anuncios por la cara, y habiendo pagado una entrada, pero ellos odian tragarse las palomitas que mucha gente hace en su casa y mete al cine, habiendo pagado la entrada, en bolsas. Y no lo hace por gusto si no porque muchas veces deben elegir entre pagar lo cara que cuesta la entrada o comprarle al niño sus caras popcorns. Usted, querido lector, ha leído todo esto y ha sufrido algún anuncio, pero, salvo honrosas excepciones —gracias—, no habrá pagado nada por el tiempo de trabajo dedicado a esta queja que nos fastidia a tantos.

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