La playa nudista

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Naufragio en una imagen de archivo.
Naufragio en una imagen de archivo.

En la playa de Los Caños rompen olas pequeñas, casi sin espuma, ajenas a nuestros cuerpos desnudos de huéspedes cansados y vencidos por la juerga y el ron.

El amanecer se va pespuntando por donde el cabo de Trafalgar. Todavía gana la noche. El mar tiene la quietud de las lunas que barruntan poniente. En la playa de Los Caños rompen olas pequeñas, casi sin espuma, ajenas a nuestros cuerpos desnudos de huéspedes cansados y vencidos por la juerga y el ron.

Del mar arriba a tierra de nudistas una patera. Desperdigados, tocados por la noche, llega una partida de hombres, negros y negras, con los ojos grandísimos como la luna e impregnados al tiempo de un miedo y de una felicidad que jamás hubiera creído posibles en una misma cara. Un llanto de niño como un gato rompe el silbo del viento. Los visitantes se mueven a zancadas por la orilla, a tientas, miran con la inquietud de quien espera que alguien rompa el hielo, salude y ponga nombre a la tierra. Alguno de ellos ayuda a otros a alcanzar la playa más firme y menos húmeda. Los más, con rictus de un esfuerzo que ya los desborda, arrastran el cuerpo cansado, herido o muerto del compañero o la compañera de viaje. Travesía que empezó en tierras donde eran príncipes, jóvenes con esperanza, adelantados y enviados al primer mundo. En la oscuridad el gemido de los hombres sigue enlazándose con el llanto del niño con hambre que busca en el pecho hundido, frío y sin pulso de la madre. Lo acuna el viento manso y caliente del verano.

Sobre la playa los nudistas somos los otros, derrotados por la botellona, absortos, escuálidos, pero ciudadanos del primer mundo, sí, desnudos, en pelota picada, tirados, ebrios, incapaces de poner sentido a la escena, y esperando el amanecer  para dormir la mona. Mañana dios dará.

En vacaciones las noticias se salpican con los rostros de estos hombres y mujeres, los otros turistas, cada uno una historia con sueños de occidente. Pero nadie promete en ninguna campaña electoral eliminar el peaje a pagar en el Estrecho.

Jesusito está de pie sobre el horizonte y entonces entiendo por qué lo apodan el Tiburón. Consuelito R., acurrucada, con frío de la borrachera, tiene un mechón blanco que le cruza el vello del pubis y cuando habla tiene modos monárquicos porque su padre veraneó muchos años cerca de Marivent. En primer plano diviso el culo de Paco, nalgas de oficinista y hombre blanco que al fondo dejan perfilar el pecho amplio de un hombre negro que anuncia en una camiseta deslucida y relavada el España82.

Los recién llegados se arrastran o se agarran a la arena como si el libro de los deseos se hubiese abierto para ellos. Su lengua no es la nuestra, ni siquiera el llanto, ni incluso sus gemidos. Ellos sobrios, nosotros embriagados de primer mundo, de vacaciones,  de juerga y de ron.

Los guardias civiles han llegado de la noche. Los focos blancos y potentes del Nissan Patrol pusieron luz a la escena y los hombres y las mujeres, desparramados y abatidos empezaron a sonreír y a pronunciar palabras extrañas. Para los huéspedes empezaba la fiesta, para los uniformados la rutina. Los únicos extraños, ajenos a todo éramos los bañistas, los viejos nudistas borrachos del Norte, incapaces de levantar un palmo para aliviar a los hombres y mujeres que llegaban con todo el frío y la humedad del Estrecho en las venas.

Los guardias se mueven con la soltura de todos los días y clasifican sobre la arena a los vivos y a los muertos, nudistas aparte. Ofrecen mantas, agua y a veces hasta sonrisas. Y otros cubren los cuerpos de los hombres negros que ya nunca cumplirán sus deseos. Algún guardiacivil mira de reojo a los nuestros.

Amanece y los bañistas deciden lanzarse al mar para limpiar la arena que reboza sus cuerpos. Gana el día mientras los recién llegados muertos se van convirtiendo en noticia. 

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