Les aseguro que estaba dispuesto a hablarles del baile de Soraya en El Hormigueroy otras apariciones de políticos en programas del mismo corte o peores. De verdad que estaba dispuesto. Pero tengo la indigesta manía de ver las noticias, o escucharlas al menos, durante las comidas. Si ustedes practican esta afición habrán comprobado que no es muy sana.
En esta ocasión, fue en el desayuno del pasado sábado cuando escuché las primera noticias del atentado de Ankara, en Turquía. En las cercanías de su estación de tren fueron detonadas dos bombas cargadas con metralla de bolas de acero. Según la versión oficial, los autores habrían sido terroristas suicidas del ISIS (Estado Islámico). Del recuento inicial de 30 muertos se pasó a 97 en las horas siguientes.
Las cifras impactan, pero no son más que cifras. Se digieren rápido. Cuando se describe un episodio concreto es mucho más difícil asimilarlo. Una superviviente relató cómo la onda expansiva la empujó hacia atrás al tiempo que arrancaba un brazo a la mujer que caminaba a su lado. Las cifras de muertos nunca te hacen estremecer tanto como una imagen, aunque sea sugerida por un relato.
El lugar del atentado no fue casual. Allí iba a celebrarse un mitin de la oposición de izquierdas al cada vez más autoritario Gobierno turco del islamista Erdogan (¡lástima de la Alianza de Civilizaciones promovida por Rodríguez Zapatero y este individuo!). Precisamente se trataba de protestar por la ofensiva puesta en marcha por las fuerzas de seguridad turcas contra el brazo armado del partido kurdo PKK. En el río revuelto provocado por la expansión del ISIS, el Gobierno turco puso en marcha esta ofensiva en una especie de intento de arrinconar a los kurdos entre dos fuegos. En Siria los kurdos luchan contra el ISIS, y en Turquía contra el Gobierno.
Esa misma tarde, se produjeron manifestaciones en varias ciudades turcas en repulsa de los atentados bajo el lema “La paz, a pesar de todo”. Pero la paz es algo más que la mera ausencia de episodios bélicos. Un conflicto latente es portador del germen de la violencia, la cual puede estallar en cualquier momento. La paz requiere de condiciones incompatibles con la falta de derechos políticos o sociales. La falta de libertad o de condiciones de vida digna son el caldo de cultivo donde la violencia emerge. Cualquier solución que no tenga en cuenta este principio, no es solución.
La paz en Turquía depende cada vez más de lo que suceda en Siria. Allí, ha entrado en la guerra Putin, aumentando el riesgo de convertir el conflicto sirio en global. El apoyo de Putin a Bashar al-Asad va a permitir a éste continuar gobernando una parte de Siria al menos. Como responsable de miles de muertes, al-Asad no puede ser parte de la solución. Una paz construida sobre su régimen dictatorial se vendría abajo como un castillo de naipes más pronto que tarde. Para alcanzar la tan anhelada paz hay que construir sobre bases nuevas. Reconocer la pluralidad política y religiosa de ese estado y neutralizar al ISIS. Para esto último es necesario el concurso de todos. Se pueden poner en marcha medidas como un embargo efectivo del comercio de petróleo y de la compra de armamento. Esto no es fácil. Pero es la única manera de alcanzar una verdadera paz.
Disculpen el arrebato de hoy. Hubiera preferido hablarles de Soraya y su baile. Lo digo de corazón. Pero hay hechos que no se pueden dejar pasar por alto, por muy lejos que hayan sucedido. Quizás porque no están demasiado lejos en el tiempo episodios de igual crudeza vividos aquí mismo.
Juan Antonio Cabello Torres
Licenciado en Ciencias Empresariales.