Pues lo que le iba diciendo Cristóbal..., la fiestecita será de dos pasesitos, no más, y cortitos porque son pá unos señores de Sevilla que tienen que madrugá / Eso es lo que le iba a decir a usted. La niña tiene clases mañana y antes que nada están los estudios y... / No se preocupe que a las diez está ésto más que ventilao..., y ná más terminá le llamo a su casa pá que pueda usté vení a recogerla..., además han dispuesto un cuartito ahí al lao pá las niñas..., pá que se puedan cambiar y comer algo antes de bailar..., que no les va a faltá de ná / Bueno, gracias y espero que se porte bien / ¿María? ¿Portarse bien? Más quisiera yo que tó las niñas fueran como ella de buena..., y sobre el dinero, eso mismo, las tres mil pesetitas se las daré a usté cuando vuelva / Usted verá Manuel..., no corre prisa. Sí corría prisa..., porque para aquellos hombres que levantaban sus casas con sus propias manos todo el dinero era poco. Un día era poner la persiana de un dormitorio; para el otro sería terminar de colocar los azulejos del único cuarto de baño... porque siempre había algo que hacer en las casas que habían surgido de un descampado y de la nada... Pero afortunadamente para María, esa niña de once años y calcetines blancos hasta las rodillas, no era la primera vez que contemplaba esa escena. Parrilla, desde que la conoció en una fiesta de Manuel Morao, no había dejado ni una sola vez de llamarla para bailar en las fiestas que tenía en Jerez; un Jerez que durante aquellos años aún latía al compás de sus bodegas y su propia confianza; esa misma confianza ciega que la niña desplegaba cada actuación con sus Soleá, sus Tientos o lo que fuera. Aquella tarde bailó como siempre..., dando las gracias -a todo lo que le rodeaba- por poder hacer lo que quería: y no era otra cosa que bailar..., y todavía más -como en aquella oportunidad- a través de las notas de la guitarra de Manuel Parrilla que había logrado alcanzar una plenitud, solamente, al alcance de unos pocos elegidos. María le puso tantas ganas, tanta ilusión esa tarde, que en unos de sus zapateados hundió sus tacones negros en el tablero..., destrozando el corazón del escenario. Pero Mariquilla, ¿qué has hecho esta noche Dios mío? / ¿Yo Manuel? / ¡Qué te has cargao el tablao! Los señores se han marchao enfadaos. ¿Ahora qué hacemos? Mira, ahí viene tu pare y le voy a contá lo que ha pasao / Ha sido sin querer Don Manuel. Yo no pensaba que... / Buenas Cristóbal..., lo que le he contao ya por teléfono. Su hija ha bailao con tanta fuerza esta noche que ha partío el escenario en dos y los señores me han comentao que esto se tiene que arreglar..., que así no se puede quedá la cosa..., que mañana hay otra fiesta y... / Manuel, pues cómo usted vea..., ya le dije que mi María es..., usted ya sabe..., como es ella / Pues lo siento con tó mi alma pero las tres mil pesetas que le iba a dar a usté esta noche se las voy a tené que dejá al hombre pá que arreglen el boquete / Pues bueno..., otro día será. No se preocupe Manuel. La cría, escuchando la conversación y rota por dentro, no pudo contener las dos lágrimas que empezaron a descender lentamente por sus mejillas, al comprender que su baile y su ansia habián negado un dinero que era necesario... Ay no me hagas esto Mariquilla, que es una broma que quería gastarte..., no me llores niña que voy a llorá contigo por tu culpa / Ya le dije Manuel que mi hija es muy sensible y muy sentía / Y tanto Cristóbal..., menos mal que lo echa tó encima del escenario / ¿Entonces era una broma que me quería gastar usted? / Pues claro Mariquilla..., a mí como si rompes tres tablaos más..., pero me queda clarísimo que no te voy a gastá más bromas en la vía..., y eso sí es verdad..., mañana otra vez aquí a las siete de la tarde..., que hay otra fiestecita pá unos extranjeros / ¿Y cómo puedo bailar Don Manuel si están rotas las tablas? / No te preocupes Mariquilla que te dejo bailar encima de mi guitarra si te hace falta.
La niña que hizo llorar a Parrilla
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