La muerte como prólogo

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

Edvard Munch, ‘El olor de la muerte’ (1895)
Edvard Munch, ‘El olor de la muerte’ (1895)

Oímos decir que la vida conduce a la muerte, y lo tomamos por una verdad digna del clarividente Perogrullo, pero yo tengo para mí que es falso. Radicalmente falso. No sorprenderá, pues, que solamente su opuesto haga algo de sentido: la muerte conduce a la vida.

En otras palabras: sólo desde la experiencia, liminal, aterradora, de la muerte es la vida vida. Sólo en el destello de nuestra fugacidad entrevemos el valor inmenso de cada instante. Lo contrario, ocultar la muerte o, como decíamos, desplazarla hacia un imaginario cierre de nuestra experiencia, siempre postergado, siempre en la lontananza, da como resultado no una vida, sino, a lo sumo, una semivida, una especie de letargo, un hibernar en primavera.

Como la muerte es la condición de que haya vida, la conciencia de la muerte es condición de que emerja la conciencia de vida, por no decir la conciencia a secas. El animal, que cree vivir eternamente, aprende a morir muriendo; si no me equivoco, entonces tampoco hay un momento en el que sea otra cosa que un muerto viviente. Es casi un cliché –y como tal, verité– que en las sociedades modernas se tiende a ocultar la muerte, la enfermedad y la putrefacción, dilapidando enormes recursos en retrasar o maquillar el proceso de decaimiento físico que nos invita al sepulcro. Podríamos trabajar de otro modo con un envejecimiento que, en sentido estricto, comienza en el parto: por ejemplo, usándolo para reorganizar nuestras prioridades.

En puntos como este, el saber asumido se demuestra no ya inexacto, sino el cabal contrario de la verdad. Es de veras impensable, inconcebible, que a la vida pueda sustituirla la muerte, que la vida sea vivida como vida sin un poco de muerte en la recámara. Del mismo modo, por regodearnos un poco en los detalles, esa manoseada imagen de la descomposición como la desintegración del cuerpo físico de nuevo exige su contrario: ¿qué, si no el conocimiento de la descomposición, nos permite integrar el cuerpo, esto es, desarrollar una relación sincera y desapegada con él? Arriba es abajo, izquierda es derecha y el centro está dentro.

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