La muerte de un torero

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Los encierros originan anualmente muchas muertes y heridas, pero parece que aún no son lo suficientemente relevantes para que los poderes públicos abran un debate o reflexión sobre el tema, con la excepción de Cataluña.

Aunque posteriormente ha habido toreros que han sufrido serios accidentes bajo los cuernos de un toro, desde 1984, en que Paquirri fue trasladado desde la enfermería de Pozoblanco (Córdoba) hasta el Hospital Militar de la capital, sin que pudiera salvarse su vida, no moría ningún torero en España. Desde entonces han mejorado notablemente la asistencia sanitaria en las plazas y las medidas de seguridad, pero ello no ha podido evitar que hace unos días muriera empitonado Víctor Barrio, un joven de 29 años. 

No sabemos qué hace que hoy en día un chaval elija la “profesión” de torero; seguramente el deseo de notoriedad y de fama, la promesa del dinero y de la consideración de héroe, el formar parte de algo que llaman arte, cultura y tradición. Sin embargo, no hace tanto, era la miseria y la necesidad lo que empujaba a lanzarse al ruedo, eso de “más cornadas da el hambre” que decía El Cordobés.

Los encierros originan anualmente muchas muertes y heridas, pero parece que aún no son lo suficientemente relevantes para que los poderes públicos abran un debate o reflexión sobre el tema, con la excepción de Cataluña. Sin embargo, una encuesta realizada poco antes de las elecciones por la organización de protección animal World Animal Protection, indicaba que el 84% de los jóvenes españoles no apoyan la tauromaquia. 

En uno de sus informes, este organismo dependiente de la ONU instaba a los gobiernos a “proteger a la infancia de la violencia física y psíquica de la tauromaquia”, y, según el propio reglamento de RTVE, en horario infantil “deben evitarse...los mensajes o escenas de explícito contenido violento que carezcan de justificación educativa o informativa...”, recomendación y reglamento que no se cumplen. 

Si este brutal espectáculo todavía continúa en el tiempo, es porque se emplean todos los medios de difusión y todas las figuras legales necesarias para blindar “la fiesta”, como fundaciones, asociaciones, premios, declaraciones de las corridas de toros como bien de interés cultural (en Madrid, Murcia y Valencia), o incluso en la Francia republicana de Sarkozy, como “patrimonio inmaterial de la humanidad”, cuando los seguidores galos de este espectáculo apenas llegan al 3 o 4 %. Son muchos los fondos que se dedican a la ganadería de lidia y es fuerte el apoyo de todas las administraciones a una práctica que cae hoy en picado. Especialmente con la creación de escuelas taurinas: en Andalucía pagamos 26 de ellas. Aquí los jóvenes aprenden a matar y a torturar; se les enseña sin pudor ni complejos éticos que la vida de un animal no vale nada.

Hoy en día tenemos una sensibilidad y respeto para con los animales que no existía en épocas pasadas

Incluso si entramos en las imágenes de la Marca España, se asocia al toro con la peineta y el flamenco y, si llegamos al aeropuerto de San Pablo de Sevilla, lo primero que nos recibe es una gran foto de la Maestranza como principal reclamo turístico. En el franquismo, el toreo se asociaba indisolublemente a España y a Andalucía, y, sin embargo, desde antiguo ha habido un movimiento antitaurino en nuestro país muy poco conocido. Personalidades como Emilia Pardo Bazán, Eugenio Noel o el propio Blas Infante censuraban la barbarie de un espectáculo donde morían despanzurrados los caballos en el ruedo a la vista de niños y mayores. Incluso algunos de estos primeros antitaurinos criticaban las corridas desde el punto de vista cristiano, por el derramamiento de sangre de los toreros, que morían sin confesión.

Hoy en día tenemos una sensibilidad y respeto para con los animales que no existía en épocas pasadas. No nos gustan los espectáculos que festejan la tortura y la muerte de un animal. Pero el problema es que también las personas siguen muriendo en los ruedos, y que el joven Víctor Barrio no se merecía morir así en plena juventud, ni tampoco, por supuesto, la sarta de insultos y despropósitos que han circulado por las redes sociales. Tampoco la familia del toro “asesino”se merecía ser sacrificada, porque el astado lo único que hace es defenderse ante el peligro: es un instinto básico que comparten con los humanos, y su familia nada tiene que ver con eso.

No estamos ya en la época de los gladiadores, cuando éstos, como ahora los toros, eran sacados de la arena arrastrados por mulas. No estamos en el siglo primero, sino en el siglo XXI, a pesar de que algunas plazas de toros, como la de Nîmes en Francia, sean antiguos anfiteatros romanos que se mantienen en pie.

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