Fototrucada
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El catalán

Javier López Menacho (@lopezmenacho)

Existe un enorme documental llamado La Marea Blanca que trata sobre cómo la droga devora las vidas de un grupo de amigos que montaron un equipo de fútbol, “Dejadnos vivir”, en la Galicia de las décadas de los 60 y 70. El documental parte de una fotografía en la que se va tachando a todos los jóvenes que acabaron en la cárcel o muertos con el paso de los años a cuenta de la heroína. Muy pocos años y demasiados muertos.

Recordaba eso al ver el otro día una fotografía de mis amigos de Jerez. No por asuntos tan escabrosos, pero sí por asuntos trascendentes. El paralelismo viene a que si de la fotografía de mis amigos, tachamos a todos los que vivimos fuera, sólo quedarían dos sin marcas. El resto, vive en Madrid, Barcelona o en el extranjero. Es decir, tengo más amigos de Jerez viviendo fuera de Jerez que en Jerez. Cuando regreso, pesa el vacío. De eso quería hablar hoy, de irse sin querer hacerlo.

La concepción de la migración joven de los últimos tiempos ha sido tomada desde el principio de la crisis como una “suerte” individual o incluso denominada patéticamente como “movilidad exterior”, cuando la realidad es que se trata de un problema colectivo. No son fotos carnet las que se están perdiendo sino retratos enteros, pandillas divididas por el drama del desempleo y la ausencia de oportunidades. Se ha asumido que el joven se tiene que marchar de la ciudad para garantizar su supervivencia, cuando contamos con la materia prima para que se desarrolle y sea feliz aquí. A su vez, la repatriación de esos jóvenes (y con ellos, de sus posibilidades, de su talento, de sus iniciativas, de su vitalidad, de su conocimiento y de su desarrollo), ha sufrido un vacío direccional. No hay plan al respecto en el Ayuntamiento ni se le espera.

Es curioso ver cómo los políticos, principales responsables de que la juventud jerezana tenga que marcharse, se han desentendido de este tema. No es de extrañar que hayan surgido iniciativas ciudadanas que recogen este problema y se transformen en sujetos activos de la realidad política (todos los grandes problemas de nuestra democracia han tenido una respuesta ciudadana). Hace poco escuché a Ramón Espinar decir que Juventud sin futuro está luchando porque se reconozcan a estos exiliados como exiliados políticos. No les falta razón. Hay un problema de clara índole política, de política de clases si quieren definirlo así, de concepción de la distribución del dinero, de lo que es prioritario y de lo que no, que está provocando que los jóvenes se tengan que marchar. Lo que la clase política creía que era un palo que lanzaban fuera de la frontera del país, en realidad era un boomerang. Y está bien que vuelva con fuerza a exigir lo que es suyo. Un espacio representativo en el tablero, su presente y su futuro.

Parece que tanto la marcha como la vuelta a Jerez, se tiene que hacer en soledad por una cuestión de decoro, como si la vergüenza no fuera de “la ciudad”, como si sus responsables políticos no hubieran jugado con las oportunidades de los jóvenes hasta volatilizarlas, sorteándolas entre concesiones urbanísticas especuladoras, eventos que no llevan a ninguna parte y desacuerdos que dejaban una ciudad entera a su suerte. Se echa de menos que en Jerez surjan iniciativas y programas que pongan en contacto a los que se van con los que se quedan, que se cree una comunidad capaz de retroalimentarse, bidireccional, que faciliten los tránsitos, que se valga de la experiencia para mejorar lo que les sucede a los jerezanos que se van o vuelven a la ciudad. La clave es mejorar su nivel de vida, sea cual sea el suelo que pisen.

Para ello, la primera obligación que tenemos como sociedad es reconocer nuestras vergüenzas y asumir que existe un problema migratorio: jóvenes y no tan jóvenes que se van sin querer hacerlo. Después, debemos darles voz y voto, construir puentes y mecanismos de participación que los integre aún en la distancia, con el fin de que no se desvinculen de nuestra tierra. Que los lazos se mantengan más allá de las familias y su círculo de amistades. No es raro encontrar jerezanos que viven con un inmenso rencor a su propia tierra (cuando en realidad le deberían tener rencor a quienes han propiciado que esto sea así), y es por tanto a Jerez a quien le toca dar pasos para recuperarlos. Se han de activar convocatorias y foros de discusión, crear espacios virtuales que fomente el contacto entre las diferentes generaciones, que la experiencia sea un tesoro.

Propongo desde este espacio al Ayuntamiento, a los partidos políticos y a los diferentes movimientos sociales, que incluyan en sus programas medidas que traten este problemática social. Propongo que no se deje que los mejores años de la vida de los jerezanos se vivan fuera de Jerez si no se quiere. Ya va siendo hora de que nos miremos a los ojos. Los que nos vamos y los que nos quedamos. Y que no existan más fotos rotas por la distancia.

PD: la foto que acompaña este archivo es una instantánea en la que aparezco con mis amigos. Con un smiley triste, podéis ver quienes se han ido de Jerez. Con un Smiley enojado, quienes se han quedado luchando. Y esa es la esperanza, que la fuerza de estos últimos hace creer que otra Jerez es posible. Ojalá no arrojen la toalla, tenemos que construir Jerez juntos.

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