Isabel García Tejerina. FOTO: EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.
Isabel García Tejerina. FOTO: EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.

A estas alturas, hablar de mi niñez me suena extraño. La distancia todo lo transforma en un ejercicio literario de ficción. Nos recuerdo en fila india, pegados a la pared por número de clase, el orden militar, la oración de la mañana, el cálculo mental y los dictados. Nos educaron, en la rectitud cuadriculada, la disciplina férrea y el respeto. Aunque cada cual aprendió las cosas a su manera.

Cualquier salida de tono era severamente castigada. Por dibujar a destiempo o escribir algún poema, descubrí el sabor del abanico, la regla de madera y la pesada grapadora. Excelentes objetos para ahuyentar las rancias frustraciones de mis educadores.

Sin dudas, era el mejor de la clase dibujando, pero nunca recibí un sobresaliente. Era insufrible ver a mi maestra, a la que nunca vi colorear sin salirse de la raya, criticar mis dibujos como si fuese Robert Hughes. 

En ninguna de las tutorías que tuvo con mi madre, que fueron muchas, nos animó a que intentásemos explotar ese talento. Era más fácil menospreciar mis aptitudes en el resto de materias y pasarse la EGB convenciendo a mi madre de que lo mejor sería cambiarme a la “clase de los tontos”. Silvina, se llamaba aquel fracaso del sistema educativo, y casualmente llegó a Jerez desde Castilla y León.

Su imagen me vino a la mente el otro día, mientras trabajaba el tema del respeto con mi tutoría de 1º de la ESO. Como actividad había propuesto a mis alumnos y alumnas que escribiesen cartas a Isabel García Tejerina. Para quien no la conozca, aquella ministra que dijo que “un niño de ocho años de Castilla y León sabía lo mismo que un niño andaluz de diez”. 

Fue sorprendente ver la reacción de mi grupo, aquel sentimiento repentino mezcla de indignación y orgullo autonómico y, como es obvio, la riqueza expresiva de sus cartas, entre cuyos argumentos destaco los siguientes:

“Usted está discriminando a muchos niños”. Pedro A. G.

“A algunos se nos dan mejor algunas cosas y a otros otras”. Guadalupe S.

“Hay niños que saben más que otros en una misma comunidad”. Pablo V.

“No se da la misma educación en las distintas comunidades autónomas”. Iván C.  

“Si quieres criticar primero tienes que saber”. Zacarías M.

“No hay ninguna diferencia, porque los niños son niños en todas partes”. Valeria A.

Todas sus palabras, salvo muy contadas excepciones (que ya discutiremos en clase), hablaban del respeto y la igualdad, de la riqueza de nuestro patrimonio y sobretodo de nuestra educación. Ninguno de mis chicos y chicas puso sobre la mesa las estadísticas del informe PISA, nadie defenestró ningún sistema educativo, ni defendió el discurso partidista de ninguna ideología. Todos supieron expresarse correctamente y con educación, atributos de los que al parecer carece gran parte de la clase dirigente.

Mañana volveré al instituto sonriendo, porque iré sabiendo que, a pesar de todo, nuestra juventud está despierta. Sabiendo que mi trabajo aun tiene sentido, porque no sólo les estoy llenando las cabezas de contenidos y saberes, sino que a demás estoy sembrando en sus corazones la semilla de una llama, que acabará incendiando las fronteras del futuro.

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