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El Jardín de la Luna Nueva se ha convertido en un tradicional lugar de encuentro cultural para dulcificar las tardes-noches del estío jerezano. Hace poco estuvo allí el poeta gaditano José Ramón Ripoll presentando su libro La lengua de los otros (Visor, 2017), con el que ha ganado el XXIX Premio Loewe de Poesía, que, además del prestigio literario que consagra, está dotado con 25.000 euros, lo que no le habrá venido nada mal, porque no hay tópico más falso que los poetas viven del aire. Ripoll será recordado por los aficionados a la música clásica por programas como Música y pretexto, que dirigía y presentaba en Radio 2, hoy Radio Clásica. Ha conseguido, no vivir del aire, pero sí de las notas que lo surcan cuando suena una buena melodía, pues su dedicación profesional mucho tiempo fue de musicólogo. Mucho escuchado, mucho caminado y mucho leído y escrito tiene este gran José Ramón cuando la otra noche confesaba que su deseo primero fue ser, no banderillero —como sí quiso Manuel Machado—, sino director de orquesta. En vez dirigió durante casi cuatro lustros la cosmopolita Revista Atlántica, unas páginas bellísimas por donde ha pasado lo mejor de las letras de fuera y dentro de Cádiz.

Introdujo el acto Mercedes Juliá, catedrática de la Universidad de Villanova, en Estados Unidos, que se encontraba en su Jerez natal de vacaciones. Un lujo y un privilegio, escucharla. Comenzó ubicando el libro en el contexto materialista de nuestra época, cuando la poesía sirve aún de refugio a lo sagrado, bastión espiritual que refleja la angustia del ser humano, al que los afanes económicos y los avances científicos parecen haber despojado de ulterior horizonte. Situó a su autor cerca del último Juan Ramón Jiménez. Pese a lo elevado del tema —o quizás por eso—, la lectura emocionó a los asistentes. ¿Cómo no van a emocionar unos versos escritos desde la memoria de la madre fallecida?: “La mano de mi madre es nube y vuelve”. En La lengua de los otros, Ripoll indaga en el principio del verbo, en el lenguaje como realidad primera que da corporeidad a las cosas, en la relación intrínseca ente el nombre y el ser. Ya digo que el tema es elevado, pero caló entre los presentes. La verdad es que era una noche mágica. Pasaron cosas raras: se fue la megafonía, ladró un can de modo extraño e inesperado, voló la cartelería que ornaba el estrado… Todo contribuyó, sin embargo, a crear ese ambiente tan especial y propenso que hace que las palabras del poeta lleguen directamente al corazón. Como llegó, por ejemplo, ese estremecedor homenaje a Paul Celan y a las víctimas sin nombre del holocausto judío del poema Una tumba en el aire.

Caballero Bonald, miembro del jurado que ha concedido el Premio Loewe, ha dicho que “habría que situar a Ripoll inmerso en la mejor tradición del simbolismo o en una de sus derivaciones más fecundas, esa en la que figuran nuestros grandes poetas pensadores de hoy y de siempre, que son también los de más segura instalación en la nómina de los clásicos”. Así sea.

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