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Bitácora de Don Álvar Núñez Cabeza de Vaca, a bordo de la nao Almirante de la Mar Oceana de la Flota de las Antillas. Día 123 de singladura:

"Restaurado todo el cordaje de la amura de babor tras haber sido desarbolados por la furia del tifón, reanudamos la navegación sólo para encontrarnos con que a pocas leguas, allá mar adentro, lejos de cualquier lugar, hay una isla en medio de ninguna parte, un solitario atolón verde y dorado, pálido a veces, pajizo las más, como de albero, por el que dicen sus naturales que no pasa el tiempo. Apenas en él anidan alcatraces, albatros y pardelas, pues el islote debe antojárseles retirado de las rutas de emigración de los cardúmenes. Y lo está, de cualquier banco de peces y de todo lo divino y lo humano, de lo material y lo espiritual, porque la isla está también apartada del Ahora, es el Punto Nemo más distante de las corrientes del Presente, el Polo de Inaccesibilidad del Hoy y del Mañana...

Eones lleva navegando a la deriva, según cuentan sus locales, mecida por impredecibles corrientes, arrastrada sin gobierno por la más débil galerna, sin oponerse y sin dar con amarradero cierto. Pocos navegantes se acercan deliberadamente a sus costas, pues el invisible punto no figura en ninguna carta de marear, y muchos de los que en su bahía fondean procurando abrigo lo hacen sólo tras haber sido abatidos por vientos que les hicieron perder el rumbo y embarrancar en sus playas de fina arena. El accidente natural lleva por sobrenombre el de "Isla de la Anomalía" y sus habitantes todos son conocidos como los Anómalos. Amistosos y cordiales, afables, de trato agradable y buen natural, los Anómalos son sin embargo olvidadizos, temerosos y conformistas. Se rigen por una especie de cabildo que dicen elegido de entre todos ellos y a él confían ciegamente su suerte. Los Anómalos son incontables y enrolados podrían dar lugar a setenta de nuestros Tercios de Flandes o a casi cuarenta de las antiguas legiones de los Césares romanos. Podrían ser poderosos si emularan las hazañas de Cartago, pero no, pues es de común entendimiento entre ellos el apaciguarse al cálido sol y avenirse con el adversario siempre que compartan condumio y caldos euforizantes. Sólo unos pocos labran la tierra y sólo unos pocos desafían al mar buscando en él sustento pero muchos viven casi por milagro divino, pues subsisten en los acantilados recolectando huevos de los nidos, mariscando conchas en el cieno de la baja mar y robando piezas de los frutales de sus vecinos, cuando no escardando hierbas u hozando la tierra en busca de suculentas raíces. O implorando las míseras limosnas de los munícipes, que se ven sobrepasados por tal ejercito mendicante.

Merced a los designios de la Divina Providencia, dicen de sí mismos los Anómalos no seguir ritos paganos y sí adorar a un sólo dios, pero sus cultos sólo buscan aplacar la ira tonante de su divinidad suplicando la intercesión del amor de la supuesta madre del dios, a la que adoran por sobre todas las cosas, pues creen los Anómalos hallarse en perpetua culpa por un pecado difuso cometido por sus lejanos ancestros del que ninguno puede dar seña y razón y por ello han de penar según lo exigen sus sacerdotes, cumpliendo la penitencia que éstos les imponen a la sombra de policromados muñecos que representan a sus dioses. Cumplida ésta, los Anómalos se desenfrenan en folgar durante todo el año. Se ayuntan en algo que llaman "Feria" bajo frágiles tenderetes para comer, beber, reír, charlar y mercadear con animales de corral, mientras a media tarde dan muerte a seis sagrados toros, seis; los más queridos de entre los Anómalos se atavían con brillantes ribetes mientras cabalgan en un Circuito donde miden su Velocidad a lomos de grandes aves no voladoras a las que llaman ñandúes en reñidas competiciones; organizados en ruidosas cofradías, todos se adentran en el interior de la ínsula, húmedos del Rocío de la alborada para rendir festiva adoración anual a la madre del dios; cual plaga de miríada de langostas, de sol a sol abarrotan playas en ruidosa mojiganga; y celebran el nacimiento de su dios cuyo aniversario presumen de conocer en fragorosa francachela de cante, baile y batir del ritmo de una Zambomba mientras se acciona una caña sobre una tripa tensada desde los bordes de un lebrillo.

En sus saturnales el dios habla por ellos o más bien sus ansias de desprenderse de sus exégetas obligados, pero mientras les cantan, les danzan y folgean, o quizás precisamente porque les canten, les dancen y folgeen, terminan por olvidar que todos sus bienes, sus necesidades y sus penurias son tributarias y son debidas según todo lo que dispongan y precisen los señores que les dominan. Pues a ellos se deben. Cada siglo, cada dos, los amos poseedores de la propiedad en sus diversas formas ordenan una matanza. La flor de los Anómalos que nada tienen, los más rebeldes, los cultivados, los que creyeron que podrían subvertir el orden creado por el hombre y sacralizado por el dios, son escogidos y cada tanto, varios centenares, un millar son masacrados sin causa aparente, expuestos sus cadáveres a la befa publica como general escarmiento y enterrados en el silencio, en las fosas más ignotas, en la mayor de las ignominias. A mayor gloria de sus matadores, que disfrutan de sus privilegios y de la carnicería inmortalizando su nefando pecado con placas y azulejos recordando por analogía taurina el hecho.

Y así son escarmentados y amedrentados los Anómalos desposeídos y así es que los supervivientes desmemoriados de entre ellos levantan templos al dios que santifica la matanza y culpan a los muertos de la hecatombe, y así es que los Anómalos indiferentes ruegan a sus munícipes que erijan estatuas en las mayores plazas en honor a sus matarifes y que nominen sus calzadas y vías con el nombre de los asesinos y de sus cómplices. Y así es cómo zarpamos y nos dimos a la vela desde esta ínsula perdida de Xeres de la Frontera, perdón, de la isla de la Anomalía que me tira la querencia de la tierra que me vio nacer, y en esa anomalía habrá de seguir perdida por siempre, en el olvido, lejos del Hoy, hasta que alguien se atreva a rescatarla del Mar de las Antillas y a vararla en las corrientes del más prosaico y democrático de los presentes”.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Xeres de la Frontera. Naufragios y comentarios (imaginado).

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