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Los estudiantes de Periodismo aprenden a lo largo de los cuatro años de facultad que una crítica, como género periodístico, se caracteriza principalmente porque aparece la opinión del autor. Es decir, es un género de opinión donde el periodista, después de haber leído un libro o haber asistido a ver el estreno de una obra de teatro o de una película, decide hacer un análisis desde su experiencia vivida.

Para que nos entendamos, se hará una reflexión que será plasmada posteriormente en forma de comentario crítico. El punto de vista que quiere transmitir al público no lo consigue solamente con leer el título, sino que se introduce en el mundo al que asiste y crea, a través de ahí, la base y los cimientos de su posterior comentario, teniendo en cuenta aspectos de todo tipo: sociales, culturales, históricos o literarios, entre otros. De esta forma, podrá ponerse en la piel de lo que se intenta contar, nutriéndose de las características presentadas en la obra literaria para así, poder extraer su jugo.

Sin embargo, no sucede esto en la vida real, pues normalmente las personas creemos tener el derecho suficiente para hacer una crítica cuando ni siquiera nos paramos a entender el por qué. Por ejemplo, si llega algún amigo con un cambio de look, pensamos que debemos decirle que nos gustaba más cómo tenía el pelo antes, que no se lo cambie o que se lo deje crecer. Por poner otro ejemplo, si alguien lleva unos pantalones que no son de nuestro estilo, también consideramos necesario comentarle que ya están pasados de moda o que no le quedan bien.

El consejo es una cosa, la crítica sin fundamento es otra. Y esto último, son palabras mayores. No somos nadie, aunque seamos el primo, la amiga, el novio o la mujer, no somos nadie para criticar por qué alguien viste o actúa de una forma u otra. Como decía, una cosa es el consejo, algo que incluso se agradece, especialmente para los indecisos. Ser aconsejado es bonito, viene bien y te ayuda a tomar decisiones. No obstante, hay que saber darlo, aconsejando lo que venga bien para la persona que lo recibe y no para aquella que lo da.

Pero con la crítica sin fundamento no ocurre igual. Algunas voces ya se estarán disparatando con su yo interno que criticará estas líneas porque… oye, a ver si ya no se puede opinar de nada. No, no es eso, podemos opinar como hijos de la reina libertad de expresión que somos pero ¿sin ningún tipo de causa justificada? ¿Acaso cuando una persona se hace un nuevo tatuaje necesita que alguien le diga que es demasiado grande? A ver, ¿demasiado grande para quién? O, por poner más situaciones, si un chico decide ponerse mechas azules en el flequillo, ¿tiene que venir alguien a decirle que con el pelo de color natural está mejor?, ¿mejor para qué? ¿Para quién o qué tenemos que hacer las cosas? Solemos decir que no se le puede gustar a todo el mundo, que cada uno tiene que ser como quiera y que lo bonito es la esencia de la persona, pero cuando franqueamos la línea de lo que se considera bien o mal en la sociedad, las palabras anteriores se convierten en aire.

Si queremos criticar o, vamos a decirlo de un modo que suene mejor (porque aquí nadie criticamos y está feo decir que somos criticones y chismosos), si queremos dar un punto de vista sobre algo, deberíamos pensar que a lo mejor a esa persona no le importa nada nuestra opinión. En primer lugar, porque probablemente ella o él no hayan salido de su casa pensando en encontrarse con fulanito para que le comente si le gustan sus gafas nuevas, ni tampoco tengan en mente quedar a tomar algo con menganito para que, así porque sí, le diga que dónde va con esa falda.

Os propongo un ejercicio: antes de decirle a alguien que no nos gusta algo de él, de cualquier cosa que nos choque como seres de una sociedad que desafortunadamente no acepta la completa diversidad, nos paremos a pensar. Cuando salte la chispa de la crítica, podemos hacer una reflexión intrínseca donde la principal pregunta sea: ¿es necesario para esta persona mi opinión sin fundamento? Probablemente, tras muchos ejercicios de práctica y después de haber fallado varias veces nos contestaremos a nosotros mismos con una negación.

No, no le hace falta porque sí, es sin fundamento y sin ningún tipo de raíz. No hay una justificación para determinados comentarios porque no hemos asistido a la obra de teatro que nos cuenta la vida de esa persona, ni conocemos la película de su vida, tampoco hemos escuchado la banda sonora de sus caídas y de sus tropiezos. De este modo, somos un nadie que no conoce a un alguien y como inexistencia, la invisibilidad no debe juzgar.

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