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Hay otra homofobia que no se ve y es la homofobia pasiva, la homofobia por inacción. Y duele, duele tanto como la activa.

Muchas personas piensan que la homofobia es una acción activa de odio y falta de respeto. Como pegarte por la calle si vas agarrado de la mano de tu pareja. Llamarte maricón en tu clase o en tu trabajo. Decir que eres un pecador o un enfermo. Efectivamente, estos son ejemplos de homofobia. Pero hay otra homofobia que no se ve y es la homofobia pasiva, la homofobia por inacción. Y duele, duele tanto como la activa, sobre todo, porque te decepcionan las personas.

Soy muy observador y sé que en las redes sociales, especialmente Facebook, somos todos muy dados a ponernos lacitos y simbolitos solidarios con el motivo que sea. Aunque no lo sintamos. Da igual. Es la moda. Je suis Charlie. I love London. Lacito rosa contra el cáncer de mama. Lacito negro contra la violencia machista, etc... Pero no todos, especialmente los hombres, se ponen en el lacito con el arcoiris de la bandera LGTBI. Algunos sí lo hacen —también los observo—. Son hombres heterosexuales que no tienen miedo a que les llamen maricón por ponerse el lacito. Son valientes y yo se lo agradezco. Pero hay otros que no se lo ponen. ¿Están obligados a ponérselo? No, está claro que no. Pero es un gesto.

Particularmente me duele los que pertenecen públicamente a organizaciones particularmente famosas por sus actos de homofobia. Echo mucho de menos el compromiso de los cristianos de base y de cofrades en apoyo a la comunidad LGTBI. De nada sirve un golpecito en el hombro, decirte en privado que estáis de acuerdo con el respeto a la diversidad sexual, pero luego, a la hora de dar la cara públicamente, no decís nada. No le enmiendan la plana a ningún obispo. Es el silencio. Ese silencio que os hace culpables por omisión, y por tanto, cómplices. También ocurre con muchos militantes del Partido Popular. A título personal te dicen que no son homófobos y tal, que te respetan, que el partido está cambiando, que bla bla bla. Pero a la hora de la verdad, callan.

Unos y otros no son capaces de enfrentarse a sus organizaciones homófobas y decirles ¡YA ESTÁ BIEN! Claro, tienen mucho que perder: su posición. Su sitio. Su lugar. Su zona de confort. No soy yo quién para juzgar a nadie y decirle que renuncie a esto o a lo otro para que me defienda a mí, porque posiblemente yo también lo haga en otras cuestiones. Mis silencios también son cómplices. Pero yo por lo menos he conseguido desvincularme de las organizaciones que me insultan y me condenan a diario. No puedo estar en su sitio donde se pisotea el derecho humano a amar a quien tú quieras.

Queda mucho por andar. Queda mucha homofobia interiorizada. Que es de las peores. No paro de recibir mensajes por Whatsapp de un conocido gay que llama al matrimonio homosexual "un acto ridículo" y me manda fotos obscenas sacadas de un desfile del Orgullo que para nada son representativas. Sí, me las manda un gay que no se acepta, que no consigue salir del armario y que no soporta que otros los hayan conseguido. Es tiempo de estar orgulloso de lo que sé es, que no es un acto de vanidad: es un acto de no avergonzarse de uno mismo. Pero necesitamos de la ayuda de la sociedad todavía. Un día no basta para vencer la homofobia. Necesitamos que los que estáis callados, habléis, gritéis contra la injusticia. Porque si no lo hacéis, yo pensaré que estáis enfrente mía y que sois mis enemigos, y que trabajáis, en silencio y dejando hacer, a los que si pudieran y en otras circunstancias, me condenarían por vago o maleante o me tirarían con las manos atadas desde un edificio de cinco plantas.

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