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La Guerra Civil española no ha acabado. No acabó cuando el ejército “rojo” fue “cautivo y desarmado”.

La Guerra Civil española no ha acabado. No acabó cuando el ejército “rojo” fue “cautivo y desarmado”. No acabó cuando el Caudillo la diñó, solo, entre tubos y alarmas de monitores. No acabó cuando Juan Carlos de Borbón aceptó la herencia, ni cuando los “rojos” (encarnados entonces en Felipe González) volvieron al poder casi cinco décadas después de que se lo arrancaran de las manos a golpe de culata y mortero y con la indiferencia internacional.

Tampoco terminó cuando entramos en Europa, ni cuando lo hicimos en la OTAN, ni cuando tuvimos los primeros (y únicos) Juegos Olímpicos y la Expo Universal… esos acontecimientos que nos colocaban en la vanguardia del mundo moderno, y nos convertían en ejemplo de democracia joven pero a la vez madura.

No terminó cuando volvieron los hijos y nietos de los que ya estuvieron antes. Ni cuando cambiamos las rubias pesetas por los tristes euros. Tampoco terminó con el 11M.

Y aunque pueda parecer extraño, la guerra no acabó cuando el segundo presidente socialista (rojo) de la nueva democracia, se sacó de la chistera una Ley de la Memoria Histórica que pretendía sacar de las cunetas los cadáveres de nuestros abuelos y ponerlos en un camposanto, como Dios y la dignidad humana mandan. ¡Ni siquiera entonces acabó la guerra!

Ni acabó, ni tiene visos de acabar, mientras existan personas dispuestas a arrojar mierda sobre la cara del contrario. Rojos y azules, azules y rojos. Sociedad polarizada, dividida… viendo cómo los medios informativos echan más y más leña al fuego del rencor y del odio sin ningún tipo de complejo. Sin pensar que una simple chispa puede de nuevo provocar el incendio.

Por si fuera poco, te plantan un pipí-can encima de una fosa común donde duermen el sueño eterno víctimas de una guerra, represaliados por el bando ganador que, por el contrario, elevó a los altares a los suyos y los enterró en mausoleos de mármol, catedrales y valles de los caídos. Muchos abuelos morirán sin haber podido llevar flores a una lápida con el nombre de su padre.

Porque si tu abuelo era un “rojo”, su hijo también lo era y su nieto también. Y el estigma se transmitía genéticamente y te perseguía de por vida. Sin embargo, los herederos de los fascistas de entonces, ahora son moderados. Claro.

Luego tienen la desfachatez de pedir “pasar página”, mientras te pisan con mala leche el pie, o te meten el dedo en el ojo. Y no se lo tomes en cuenta, que Cristo dijo aquello de poner la otra mejilla, hombre…

El problema de este país es precisamente ese: que siempre ponen la otra mejilla los mismos.

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