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José Miguel García Martín, comunicador audiovisual

No nos preparan para que una persona nos deje, ni en la muerte ni en las rupturas sentimentales; nos preparan para la guerra. En una sociedad donde solo cuentan los objetivos y las mercancías, no es de extrañar que una vez que nuestra pareja deja de ser una mercancía válida, pase a ser inmediatamente un objeto sin uso. Y ya sabemos cómo se les trata a esos objetos. No nos dejan ni la más mínima pista de que del dolor y las decepciones se pueda aprender, y de que sufrimiento no siempre equivale a algo indeseable. Una vez más, en esta sociedad del placer permanente e instantáneo, nos cuesta entender que algo que de primeras nos hace daño pueda ser beneficioso en otros aspectos. Dicho de otro modo: si una ruptura nos duele es porque siempre podemos mejorar algo en nosotros mismos.

Por supuesto que podemos quedarnos en la queja y en el consuelo, en la posición de víctima que nos resulta tan cómoda pero que nos encarcela, no nos deja ver otros puntos de vista. Renunciar a la posición de víctima en una ruptura es doloroso, difícil, incómodo, pero permite mirar los mismos acontecimientos con otros ojos, sacar partido de ellos. No creo que el amor se acabe necesariamente tras una ruptura, tan solo se transforma, al igual que no creo que el amor se mantenga por el simple hecho de que dos personas se dicen juntas o casadas. Hay personas que se divorcian solo para poder pelearse a gusto toda la vida. Hay otras que tomaron rumbos distintos pero que siempre se conservaron respeto y admiración.

Es fácil desearle lo mejor a alguien cuando ya no lo quieres, es fácil dar cariño cuando uno se siente espléndido, en armonía con otra persona. Lo difícil es querer y dejar ir a una persona cuando todavía uno tiene las marcas de su cariño en la piel. Creo que una de las experiencias más excitantes que se pueden tener en la vida es amar cuando la otra persona ha decidido alejarse, cuando todavía están mezclados en tu cuerpo su perfume y el aire, cuando uno todavía es una guía Michelín de los deseos de la otra persona, con el recuerdo fresco de los mejores restaurantes a los que ir, las playas a frecuentar, los hostales a recordar. Solo así amar deja de ser un nombre estático y aburrido y pasa a ser verbo de verdad, y mueve y anima el presente. Desde mi experiencia personal, animo a tomar las rupturas desde la mayoría de edad, y así todos dejaremos de mirarnos el ombligo y de montar dramas solo porque otra persona tiene la valentía de seguir su camino por otro sendero diferente al nuestro.

Deberíamos aplaudirlo, sin dejar de sentir la pérdida, y mirar hacia un horizonte que de repente es excitante, rebosa interrogantes y nos invita a seguir andando con deseos renovados. Dejando ir lo que ya se ha ido afirmamos a la vida como vida, participamos del proceso de renovación y asombro que nos engancha al presente, el único lugar que tiene todo lo que tiene que tener.

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