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24 horas perdidas significan un mundo para quienes viven al segundo. Patentemos esta feria eterna de los sentidos y ganaremos el futuro. 

Cada vez que mis pies pisan el recinto del González Hontoria para vivir una nueva edición de la Feria del Caballo llega a mi mente la misma pregunta: ¿Yo he estado antes aquí, no? La respuesta es evidente. Los jerezanos y jerezanas contamos los años por ferias vividas en lugar de velas sopladas. Es una sensación curiosa. Parece que durante los 365 días del año las cosas hubieran permanecido inmutables, las casetas no se hubiesen desmontado y montado a la vez; y estuviera viviendo una suerte de letargo inmortal que se detiene en los olores, colores y sabores en una envolvente explosión de los sentidos.

Sencillamente la Feria de Jerez es eterna. No nace ni muere, simplemente se transforma. Es el lugar de encuentro de las más genuinas señas de identidad de la ciudad. El trinomio vino-flamenco-caballos se hace más grande que nunca y brilla en todo su esplendor. Es quizás uno de los momentos más lúdicos del año, pero sin duda el más rentable si tiramos de calculadora. Un ejemplo palmario de un potencial económico poco explotado, pero muy preciado para quien busca disfrutar en un mismo espacio y momento del arte nacido en este lugar del sur. Lo genuino elevado a la máxima potencia con el denominador común del Jerez puro. Por eso no es de extrañar que este evento crezca año a año en número de visitantes, muchos de ellos llegados de localidades vecinas que han hecho suyo un ciclo festivo sin parangón en otros confines.

Chovinismos aparte, la Feria de Jerez es el sumum de la exhibición pública de nuestros recursos endógenos; esos que se podrían explotar turísticamente cada día del año sin tener que viajar extramuros y sin temor de que venga algún listo que nos plagie el copyright y se haga de oro. ¿Se imaginan los doce meses al año de Feria? ¿Una feria permanente del caballo, una feria permanente del vino, una feria permanente del flamenco? No es sólo algo factible sino necesario si queremos salir de la cola de las ciudades con más paro de España.

La invitación es sugerente, pero hay que empoderarse y creernos que es posible. Un ser divino dotó a esta ciudad de elementos envidiables que suscitan envidia allí por donde los conocen. El liderazgo no es sólo cuestión de apariencias y espejismos, sino que hay que labrárselo cada día. 24 horas perdidas significan un mundo para quienes viven al segundo. Patentemos esta feria eterna de los sentidos y ganaremos el futuro. Feliz Feria.

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