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En realidad, somos nuestras relaciones, biológicas, psicológicas y sociales. Si prescindimos de éstas…no queda nada. El yo está vacío.

Todos los sistemas vivos tienen una estructura y unas leyes que lo rigen. Hay una organización natural y unas funciones interdependientes de todos entre sí. De manera que el conjunto es una entidad distinta a la suma aritmética de los elementos y funciona como si tuviese un desarrollo autónomo más allá de la vida de los individuos. Es más, la finalidad última del sistema -cuando funciona correctamente- es la de permitir que cada individuo crezca, se desarrolle, sea autónomo y pueda construir (reproducir) un nuevo sistema con los materiales recibidos.  

Así sucede con el sistema familiar. Podríamos decir que la familia es un sistema de sistemas: biológico, psicológico y social. Tiene una estructura, unas normas (explícitas e implícitas) y unos individuos con unas funciones determinadas que influyen y se determinan unos a otros. En general, en la estructura de la familia (como en todas las estructuras de todos los sistemas) hay un orden, una organización adecuada y otras que pueden no serlo. Por ejemplo, en la familia la posición de los hijos está siempre debajo de los padres, no en medio ni arriba. Debajo significa que son ellos los dependientes, los que deben ser cuidados… En medio significa que, en ocasiones, por ejemplo, los hijos pueden servir de parapeto para uno de los cónyuges (madre) frente a las agresiones, las descalificaciones, las infidelidades o la desaparición del otro. Encima o arriba significa que el hijo puede llevar a cuestas emocionalmente a alguno de los padres (de sus propios pesares y sufrimientos) y, por decirlo de alguna manera, cuando hace esto, se desempeña como su “padrecito o madrecita”.

Muchos de estos comportamientos inadecuados no se perciben con facilidad o bien porque son inconscientes o porque se escondan en conductas más o menos aceptadas: Por ejemplo, es así porque desde pequeñito fue un niño muy responsable; o, es que es un niño muy nervioso y no se está quieto; o, es un niño muy sensible, muy asustadizo, todo le da miedo…

El diccionario dice que “emisario” es el que se envía para indagar lo que se desea saber, para comunicar algo o para concertarse en secreto con terceras personas. Se entiende que la psicología sistémica haya bautizado con esta palabra a aquellos hijos que intermedian entre sus padres.

En realidad, somos nuestras relaciones, biológicas, psicológicas y sociales. Si prescindimos de éstas…no queda nada. El yo está vacío

Hay muchas maneras de “intermediar” entre los padres y de convertirse en un hijo “emisario” o incluso un hijo “víctima propiciatoria”. Es evidente que algunas maneras de intermediar provocan sufrimiento para su portador y para todo el sistema dificultando la natural evolución de la familia según el momento del ciclo vital en la que se encuentre, claro está. Pueden aparecer entonces los síntomas “raros”:  somáticos (vómitos, cefaleas, taquicardias, sudoración, ahogo, presión…etc.); síntomas conductuales o comportamentales (conducta disruptiva o hiperactiva, alteraciones alimentarias o del sueño, adicciones, rituales…); síntomas del pensamiento (ideas obsesivas, autorreferenciales, paranoides…); síntomas del sentimiento (tristeza, llantos inmotivados, anhedonia, sentimientos de impotencia…). Estos síntomas no aparecen por que sí; señalan un sentido en el interior del sistema y persiguen un fin, aunque casi nunca esta finalidad aparece en primer plano.

El hijo o la hija emisaria “sirve” a las necesidades de la pareja pero a costa de cargar con pesos emocionales que no son suyos. Muchos hijos “hiper o hipo” responsables han sido colocados como un vértice de un triángulo, en el que en verdad no tienen (ni tienen que tener) arte ni parte. Muchas discusiones, enfados, cuentas pendientes…etc., de los padres, se cobran en la cabeza de este chivo expiatorio que está colocado en un lugar que no le corresponde asumiendo unas funciones que no son suyas.

Aquí nos hemos referido al sistema de la familia nuclear. Con sus subsistemas correspondientes: los padres cónyuges, la fratría de hermanos y hermanas.  Pero es evidente que este sistema está engarzado con otro más amplio, la familia de la que procede (familia de origen compuesta por abuelos, tíos y primos paternos y maternos) muchas de cuyas normas, leyes, costumbres, valores, visión del mundo, éxitos y fracasos…pesan sobre nuestra familia nuclear para bien y para mal. Y son como el sustrato sobre el que se levanta la nueva familia.

Abordar el sufrimiento psicológico de un individuo ha de hacerse inevitablemente en el contexto (próximo y remoto) de relaciones en el que se produce. Si no es así, las hojas concretas, la hojarasca, la maleza de los árboles no nos dejarán ver el bosque. Y si no vemos el paisaje no podremos entender los detalles del cuadro.

En realidad, somos nuestras relaciones, biológicas, psicológicas y sociales. Si prescindimos de éstas…no queda nada. El yo está vacío.

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