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Eloy Alconchel - @eloyalconchel

Admito mi auténtica pasión por todo aquello que traiga consigo una profundización en la democracia participativa. Ello nunca me ha supuesto ningún tipo de prejuicio a la hora de admirar como se han dotado de ‘herramientas de ciudadanía’ algunos países, incluidos aquellos demonizados fundamentalmente por determinados sectores de la izquierda.

Por ello, cuando surgieron los primeros atisbos de procedimientos de elecciones primarias en este país, permanecí expectante ante las reacciones de las formaciones políticas, de los medios de comunicación y de los ciudadanos en general.

Y es que las primarias constituían, por sí mismas, un ‘caramelo envenado’. Por una parte, eran un invento proveniente del ‘malvado’ Estados Unidos, cabe recordar que surgieron en la época de Roosevelt; por otra parte, porque como bien advertía entonces un viejo, pero siempre ‘lúcido y lucido’ ex dirigente socialista, que no estaba en esos momentos precisamente pensando en la consolidación de lo que ahora se le conoce como la casta, el éxito de las primarias y su interiorización social requería de elevadísimas dosis de cultura y tradición democrática. Cuestiones que el estado español parecía no tener aún.

Con estos antecedente no era difícil que la primera experiencia importante de primarias en España, aquellas que ganó Borrell en el PSOE en el año 1998, terminara como terminó, es decir, con su dimisión pocos meses después, lo que constituyó por entonces un auténtico fiasco y una decepción generalizada en una importante masa crítica hastiada y deseosa ya de verdaderos cambios en la política española.

Las primarias, como método de elección de candidatos, parecen vivir su ‘época dorada’ en nuestro país. Casi todos se apuntan ahora a este proceso e incluso algunos piden darle categoría de Ley para propiciar la imparable regeneración de nuestro sistema de convivencia. También empezamos a verlas en el panorama local jerezano, y pensamos que eso de la cultura democrática, o se asume casi como un ‘acto de fe’ o terminará llevándose por delante este clima de primavera e ilusión que parece vivir nuestra sociedad convencida de que las cosas se pueden y se deben hacer de otra manera.

Y digo esto porque eso de que el candidato perdedor se ponga al día siguiente a disposición del ganador, que el ganador ofrezca al perdedor un puesto relevante en su equipo, eso que hizo por ejemplo Obama con Hillary Clinton al día siguiente de su victoria o que la organización se ‘arremangue’ para el candidato ganador, aunque este no controle el aparato, parece no estar hecho, como la miel del refranero, para nuestro boca democrática.

Convencido estoy de que, o se apuesta por la cultura democrática y, por supuesto, por el perfeccionamiento del sistema de primarias, o la ciudadanía tendrá la mayoría de las veces la sensación de presenciar escenarios de primarias teledirigidas por la organización de turno para concluir en un solo candidato; primarias que, o gano o ‘rompo la baraja’; y primarias donde si no gano, este no es mi partido. Por cierto, jerezanos y jerezanas, cualquier parecido de esto último con la realidad de su entorno más cercano es producto de su imaginación… O no.

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