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Ante esta situación de escasez de empleos de calidad, para poder sobrevivir, la gente ha tenido que pluriemplearse, con el consiguiente alargamiento de sus jornadas laborales. 

Seguramente han escuchado o leído sobre la llamada “muerte por desesperación”. Anne Case, economista de la Universidad de Princeton, ha presentado recientemente junto a su marido, Angus Deaton, galardonado con el Nobel de Economía en 2015, las conclusiones de un estudio sobre la tasa de mortalidad de la población blanca de edad media con nivel bajo de estudios en EEUU. Sin duda, el dato más llamativo es que dicha tasa ha aumentado un 22% en los últimos 15 años, sobre todo si se la compara con la de otros grupos étnicos como los negros y los hispanos, la cual ha ido descendiendo suavemente.

Pero lo que todavía causa más estupor es saber qué enfermedades han provocado estos fallecimientos. Según el estudio, el alza en la mortalidad se debe a una epidemia de suicidios y afecciones derivadas de abuso de sustancias como el alcohol, los opiáceos y los calmantes. A esto es a lo que este matrimonio de académicos ha denominado muerte por desesperación. El paso siguiente fue relacionar este incremento de la mortalidad como una consecuencia más de la quiebra social y económica que vive EEUU desde hace más de 40 años.

El relativo declive de la economía de los EEUU en los años setenta y ochenta fue la excusa para la puesta en práctica de una política económica por parte de la administración Reagan que, en respuesta al reto de la globalización, fue suprimiendo empleos de sueldos medios en el sector industrial principalmente, para crear otros de baja cualificación y bajos salarios, a la vez que crecían también los de alta cualificación y, claro está, de más altos salarios. En 1993, la Oficina del Censo de los EEUU informaba de que el 18 por 100 del total de los trabajadores empleados a tiempo completo en los Estados Unidos ganaba salarios por debajo de la línea de pobreza. Es decir, se estaba socavando a la clase media estadounidense. Ni que decir tiene que ese proceso ha seguido durante todos estos años independientemente del color político (demócrata o republicano) que ocupara la Casa Blanca.

Ante esta situación de escasez de empleos de calidad, para poder sobrevivir, la gente ha tenido que pluriemplearse, con el consiguiente alargamiento de sus jornadas laborales. Para la franja de edad del estudio (personas entre 45 y 54 años y con baja formación), se hace insoportable. Piénselo. Si tuviera que aguantar jornadas de trabajo de hasta 16 horas, ¿no echaría mano de cualquier antiinflamatorio? En EEUU es, además, más fácil acceder a estos productos, hasta el punto que se puede caer fácilmente en la sobredosis. Evidentemente, la crisis de estos años no debe haber hecho otra cosa que poner las cosas peor.

Ahora también en España se habla de trabajadores pobres, a los que hay que sumar nuestros desempleados. Se vuelve a hablar de pluriempleo para alcanzar el mínimo vital imprescindible. Quizás nuestra diferencia es que nuestro sistema de protección social es más amplio que el de Estados Unidos, y eso nos da un cierto margen, pero no quita que esa realidad se vaya asentando. Se crea empleo, sí, pero de mala calidad, temporal, precario y mal pagado.

Espero que esta tendencia pueda revertirse, si no, es posible que en los próximos años asistamos a la sustitución del petróleo como motor de la economía, no por una fuente de energía alternativa limpia, sino por algún antiinflamatorio como el ibuprofeno.

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