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Nunca he estado a favor de destinar un día a valorar a la mujer, porque todos los días del año me acuerdo de mi madre o mi abuela: pilares fundamentales en nuestros hogares. Sin ellas, los hombres de mi casa jamás hubieran triunfado ni laboral ni personalmente. Además, he tenido la fortuna de recibir una educación en igualdad en casa.

Pero no todas han tenido esa suerte y la jornada del 8 de marzo, este año, va más allá. Efectivamente, he nacido en el seno de una familia humilde y trabajadora, he vivido en un barrio obrero, pero he crecido en valores de igualdad. Sin embargo, la sociedad me dio un revés cuando me trataron de forma diferente por "no ser la hija, hermana o familia de..", "no tener un apellido de renombre en esta ciudad..", "no tener contactos con..", "no comulgar con ruedas de molino..", "no callarme, resultar incómoda.." y encima ¡mujer! A mi juicio, eso también es desigualdad.

No me considero feminista, y además siempre me ha resbalado lo que digan de mí. Nadie me ha regalado nada, y nadie coartará mi libertad de expresión. Pero no soporto que maltraten a ninguna mujer por motivo de género, sobre todo cuando hay algunas que ni siquiera son conscientes de ello, por eso me sumo a la inciativa. La igualdad no se arregla con una "arroba" añadida a los sustantivos, ni encargándole la labor de educar en ese valor fundamental al profesorado en los colegios. Eso suma, pero no es suficiente. La igualdad empieza por nosotras mismas.

Por un momento seamos autocríticas: ¿por qué, en ocasiones, nos pisoteamos entre nosotras en vez de unirnos para luchar por la igualdad?. Por eso, insisto, empecemos por nosotras mismas. Tampoco entiendo cómo aún hay mujeres que admiten la sumisión y hacen gala de ello; cómo algunas políticas de este país consideran innecesaria esta jornada reivindicativa. Cuando precisamente, a muchas de ellas —y lo digo con conocimiento de causa— les ha costado la misma vida alcanzar puestos destacados en su partido, mientras los del género opuesto llegaron "en cero coma dos". Señoras no negéis lo evidente.

Parafraseando a la filósofa, política y feminista estadounidense Iris Marion Young, todos tenemos parte de responsabilidad frente a las injusticias. La igualdad no es sólo cuestión de género, forma parte de una cultura y de una mentalidad que, en España, llegó muy tarde. Está claro que el cambio cultural no lo vamos a conseguir en dos días, sobre todo, porque los que deben fomentarlo no están muy interesados en que la mujer tenga más poder, ni en la casa, ni en el trabajo, ni en la sociedad. ¿Van a permitir perder su hegemonía política y social?. Además, ¿os imagináis a algunos buscando las ofertas en el super para ahorrar al máximo, cocinando, limpiando y corriendo para recoger a los niños del colegio? Eso, compaginado con el trabajo en la calle.

Por eso, debemos levantar la voz no sólo el 8 de marzo, sino todos los días del año. Y, ¿cómo se hace eso?, muy fácil. No permitir ningún comentario jocoso que refleje desigualdad y manifestar nuestro desacuerdo, estemos donde estemos; no quedarnos en casa, sacrificadas, para que el marido y los niños puedan disfrutar de más tiempo libre o de sus aficiones, ¿y ellas qué? ¿y sus aficiones, y su vida? Normalmente, su vida hipotecada por los demás.

No es una cuestión de valentía, sino de honor y amor propio. Démonos a respetar, pongámonos en nuestro sitio, ni por encima ni por debajo, sino al mismo nivel. Como dice el refrán "más vale una colorá que ciento amarilla", la primera vez se sorprenderán, la segunda ya se pensarán dos veces lo que van a decir. Pongámonos en nuestro sitio, porque nadie lo hará por nosotras.

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