La dama beige

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

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Con media España pendiente del triángulo noreste, cuando la transitoriedad se ha convertido en una palabreja frecuente y viendo a Rajoy enarbolar “bravatas” y “desasosiegos” a diestra y a siniestra —a diestra con mayor solvencia—, yo me he despertado pensando en ella. Puede que sea porque me aporta la paz que me roba el convulso panorama nacional. La miro y siento que todo queda en calma, que nada puede perturbar ciertos equilibrios, ciertos tonos pastel. Y eso, lo reconozco, me da la vida. Todo comenzó en los sesenta —si no mucho antes—, cuando los fundadores de la revista Telva vieron apropiado traerla hasta nuestras oscuras vidas. Se trataba de un concurso para encontrarla y no faltaban dignas candidatas. La buscaban a ella: a la mujer ideal. El certamen en cuestión contaba con el respaldo de toda la sociedad, de los medios de comunicación y hasta de los consistorios. Aquello era cosa de hallar un referente, una buena cocinera, una costurera hacendosa, una madre abnegada, una bella dama e incluso una fémina con “inquietudes intelectuales”, aunque no se precisara muy bien en qué consistía esto último. Hace décadas que el concurso desapareció, pero sin embargo hoy podemos seguir encontrándola a ella. Abrí los ojos y vino a mi mente.

Últimamente la veo en todas partes. Siento que cuando alguien necesita un buen consejo ella aparece. Si procede tomar un café con pastas, sentarse plácidamente en el sofá o recorrer las estancias de la casa, ella te acompaña. Tiene un look deportivo de marca si se precisa hacer ejercicio. Ella es esa clase de mujer que sabe dónde está su sitio, pero es moderna y aventurera: afronta pertrechada de Panama Jack la aventura de ser madre, de nadar en la piscina infinita y de podar las arizónicas. Si llegan invitados a casa, ella entretiene a las damas y las agasaja con su legendaria serenidad. Ella es esa clase de mujer en quien puedes confiar para que te ayude a bajar el colesterol.

De cabello liso y lisas convicciones, despierta tanto morbo como la apasionada cadencia con la que usted puede entonar el desglose de la factura de la luz. Su mirada plácida y su plácido regazo albergan tal vez sueños no revelados. Es una de esas mujeres de color beige. De ese tono visten sus armarios —por dentro y por fuera—, sus sofás y hasta sus niños. Son las únicas capaces de redimir al latin lover, de convertir en profesión el siempre discreto segundo plano, de encarar con estoico rictus el rosario de compañeras de alcoba que la precedieron. Ella es beige.

Las damas beige nunca decepcionan. Siempre tienen a mano el libro perfecto, la pose decorosa, el maquillaje justo y la conservadora sonrisa. En ella todo es desnatado: la furia, el intelecto y la leche. Cuando se aburren diseñan ropa para bebés o se vuelven benéficas. Su tonalidad las hace perfectas para el café manchado y la revista Telva. Ella es tan ideal que no precisa ni decirlo —verdaderamente mejora en silencio—. Está por todas partes; encienda la caja tonta y usted también podrá degustar, si resiste emociones fuertes, su impavidez avainillada.

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