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Transcurridos ya unos días de las catárticas elecciones catalanas, es tiempo de análisis sosegado, bien lejos de posturas adoctrinadoras e inmovilismos perversos que no dejan progresar o encauzar una situación preocupante.

Estamos posiblemente ante el reto institucional/constitucional más importante al que se ha enfrentado la España del post franquismo, la España de la democracia, de la nación de naciones, la de la convergencia europea…

De nuevo nuestra clase política (la gobernante, se entiende) no ha estado a la altura de las circunstancias. Una vez más ha demostrado su falta de cintura, de talante y de talento para haber sofocado las llamas de un incendio teledirigido desde hace meses… ¡Años! No vale recurrir a destiempo y a deshoras a argumentos manidos como "nadie se los va a tomar en serio fuera de nuestras fronteras". De hecho, concédanle al problema más meses, y no duden que los mismos líderes extranjeros que se hacían cruces y echaban sus manos a la cabeza ante la remota posibilidad de una escisión catalana, comiencen a entonar el donde dije digo, digo Diego, antes de verse con más vergüenzas al aire por culpa de la desidia e inoperancia de un Gobierno caduco, marchito y deslegitimado desde el mismo momento en que cuentan las convocatorias a urnas como una deriva creciente de pérdida de votos que, por otra parte , se antoja imparable.

La sociedad está harta de monos sabios. De gente que no oye, no dice y sobre todo no escucha. Harta de políticos enrocados en el "esto ha funcionado los últimos 37 años, y para qué vamos a cambiarlo". Políticos que ponen más en valor conceptos arcaicos y desfasados sobre el Estado, y se aferran únicamente a la simbología (bandera, escudo, himno…) como si todo aquello que no sean estos pilares puramente estéticos, no pudiese ser Patria o Nación.

Se olvidan que España no es una rojigualda, ni un chinta-chinta,… España son sus ciudadanos. Todos ellos, de su padre y de su madre, independentistas y unionistas, catalanes, vascos, gallegos, andaluces y melillenses.

Se olvidan de que una buena parte de su sociedad ha hablado… y lejos de entrar en estériles debates sobre quién gana o pierde, la inteligencia nos dice que hemos perdido TODOS. Ellos y nosotros. Y todo por un Gobierno decadente, que pega sus últimos coletazos como cadáver asido a la cruz en el pecho, esperando que el enterrador comience a tirar puñados de tierra sobre su tumba.

Hace falta alguien al mando… Alguien que pilote este barco a la deriva. Pero que lo haga con el nudo de la corbata aflojado, la camisa remangada y ofreciendo la mano… nada de plasmas fríos para las ruedas de prensa ni posturas de "esto es lo que hay y lo tomas o lo dejas".

Y en medio, de nuevo la sociedad, empujada a elegir y violentada en su alma demócrata a una extraña campaña mediática que nos ha predispuesto a odiar todo lo que huela, no ya a independentismo, sino a catalán.

El problema de este obtuso Gobierno, es que en vez de liderar al son del “España camisa blanca de mi esperanza”, ha preferido hacerlo al de Manolo Escobar y su “Que viva España”.

Charanga y pandereta

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