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La chumbera no es una especie autóctona, a pesar de lo presente que está en nuestros campos y en el imaginario de los pueblos mediterráneos.

La chumbera no es una especie autóctona, a pesar de lo presente que está en nuestros campos y en el imaginario de los pueblos mediterráneos. Tampoco crecían antiguamente en las tierras de Oriente Próximo, aunque estas cactáceas nunca falten en los belenes ni en la escenografía de la vida y milagros de Jesús.

Pues la chumbera llegó a España después del llamado descubrimiento de América. Esta planta se importó desde México con el fin de cultivar un tipo de cochinilla (Dactylopius coccus) de la que se extraía un pigmento rojo natural usado en cosméticos y en alimentos.

Una vez que dejó de ser rentable la extracción de tal pigmento, surgió el problema de cómo controlar la población de chumberas en aquellas regiones donde habían empezado a convertirse en invasoras. Para ello se introdujeron unos insectos parásitos como la mariposa Cactoblastis cactorum y la cochinilla Dactylopius opuntiae, que afectan gravemente a la salud de estas plantas.

Es precisamente esta cochinilla, que apenas cuenta aquí con enemigos naturales, la responsable de la actual crisis del higo chumbo, a la que este diario aludía hace unos días.

El ejemplo de las chumberas es una muestra más de los perjuicios de las prácticas agrícolas irresponsables. Y nos sitúa a los hombres y mujeres frente al espejo de nuestros actos contradictorios.

Por suerte, dicen que el pensamiento nuevo surge de la contradicción, y que ésta aviva el deseo y precipita la acción.

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