La clase obrera es negra, inmigrante, gitana, homosexual, transexual y mujer

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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Daniel Bernabé ha escrito un fantástico libro, titulado La trampa de la diversidad, en la que reflexiona sobre el uso que se hace de lo diverso para aniquilar la igualdad, de cómo los feminismos hegemónicos, el movimiento LGTB y los movimientos raciales están haciendo política de la identidad y no de la justicia, de cómo están excluyendo a los pobres, a la clase obrera, de la representación simbólica de sus respectivas monocausas que han derogado la máxima conquista de la Ilustración: el sentido universal de la justicia, la universalidad de los derechos.

La conquista humanista de que los derechos de unos no se pueden conseguir sobre la negación de otros. Es decir, que no es feminista una diputada que vota a favor de privatizar el servicio de limpieza de su escaño, que será limpiado por una mujer a tres euros la hora; no es representante de las demandas del colectivo LGTB quien defienda que las mujeres son material comprable y vendible para que los gais ricos, blancos y europeos puedan tener niños rubios y de ojos azules.

No es animalista quien no es ecologista, quien defiende a los perros y gatos pero luego defiende la cadena perpetua o la pena de muerte de los seres humanos; no es moderno un vegetariano cool que hace pedidos a Deliveroo o Glovo, una empresa que tiene a un ejército de chavales haciendo 60 kilómetros al día, trabajando ocho y diez horas por jornadas, por 500 euros al mes. Sin alta en la seguridad social y sin derecho a absolutamente nada.

No defiende la igualdad racial quien se aprovecha de la existencia de migrantes sin papeles para tener en su casa limpiando a una señora extranjera a la que le paga 600 euros en régimen de interna. No es justo ni progresista quien en beneficio de su comunidad se olvida de la justicia en beneficio de su identidad. Por la misma razón, no es de izquierdas un obrero machista, racista, homófobo y antiecologista.

Lo que viene a decir Bernabé no es que haya que olvidar las demandas feministas, LGTB, raciales, ecologistas, animalistas o el derecho de los vegetarianos a poder comer, sino que estas causas están siendo instrumentalizadas por el capitalismo para darle al sistema una pátina de modernidad aunque la base de la desigualdad y la estructura económica no se modifica en nada. Hay empresas que se han apuntado al feminismo pero cuando hacen un ERE, a las primeras que despiden son a las mujeres.

El ecosistema ideológico está tan sumamente desnortado que hasta Alberto Garzón ha escrito un artículo criticando el libro de Bernabé, editado por Akal. No sé si es que a este país le falla la comprensión lectora o es que no queremos entender lo que nos hace pensar y nos saca de nuestras certezas y comodidades. Bernabé, en ningún momento defiende planteamientos antifeministas, homófobos, transfóbicos o antianimalistas, como se le está acusando desde tribunas identitarias que han olvidado la universalidad de la justicia para dedicarse a las monocausas.

Es todo lo contrario, Bernabé viene a decir que la clase obrera no es blanca, europea, heterosexual, cis y ecocida, como se repite hasta la saciedad desde los movimientos posmodernos que han encontrado en la identidad feminista, LGTBI, racial, en pintarse el pelo de rosa y en su concepto preferido, interseccionalidad, la manera de caricaturizar a los pobres y de paso construirse un perfil de transgresores y revolucionarios de las identidades vacías. Una especie de jefes de publicidad de Benetton que buscan reconocimiento pero no redistribución.

La clase social no es una más de la desigualdades a tener en cuenta, es la desigualdad que más determina la vida de una persona. Y a ésta, siguiendo el sentido universal de la justicia, hay que sumarle el feminismo, la orientación sexual, la identidad de género y la raza. Así y no al revés, porque a este ritmo la clase va a ser un animal exótico entre tanto posmoderno que ha encontrado en las identidades vacías su manera de jugar a los oprimidos, a lo transgresor. Los que somos gais y hemos nacido en familias de clase obrera sabemos bien que la desigualdad que más no ha marcado el destino es la clase social, no poder soñar con llegar tan lejos como deseamos porque no teníamos dinero para ser libres, y no la orientación sexual. Patricia Botín, mujer y CEO del Banco Santander, seguro que sufre menos machismo que la señora que limpia las oficinas de su oficinas.

Claro que la orientación sexual marca, pero es un proceso personal que una vez superado se normaliza y no condiciona en las condiciones materiales de vida, si se vive en España, claro está. Sin embargo, nacer pobre es un sello que aparece en tu vida día a día en forma de impedimentos que te recuerdan que por mucho que te esfuerces nunca llegarás tan lejos como soñaste. Sí, Daniel Bernabé tiene razón: la diversidad es una trampa.

Yo no aspiro a ser diverso, sino a ser igual, justo lo que el capitalismo no quiere que sea y de lo que anda convenciendo a cuatro modernos con el pelo pintado de rosa que dicen que son de género no binario, racializados, interseccionales y no sé cuántos palabros más que parecen transgresores, pero que son profundamente reaccionarios, clasistas y aliados del capitalismo que vive de dividir y enfrentar causas e identidades para que la oposición a su injusticia sea más débil. Claro que hay que ser transversal, pero con la mirada abajo y no arriba. Convencer a los pobres de que sus necesidades son las mismas que la de los ricos no es transversalidad, es injusticia, pensamiento reaccionario y de derechas de toda la vida.

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