No olvidaré nunca esa mañana de escombro y trasto. Cada carretilla llena de cascotes, con su correspondiente saco de tiestos y cacharros que tirar, traía al presente una vieja historia inconclusa.

Aquel cuartito oscuro -con trazas de pequeño universo- hubiera sido un buen sitio para poder masturbarse tranquilo; masturbarse o esconderse..., que con la edad en la que suele ocurrir se podría afirmar que es casi lo mismo.

Con aquella bombilla naranja de obra y arropado por los cientos de artilugios del campo de mi padre -a cada cuál más extraño y silencioso- hubiera sido un buen lugar para conocerse. Mucho mejor, sin duda, que el callejón donde paraban los gatos a orinar y los enganchados a asestarse las puñaladas y en el que me vi arrastrado a parar, por la fuerza de la naturaleza y de mi curiosidad, más de una vez.

Pero no, no pudieron darse las caricias en aquel cuartichín porque todavía no alcanzaba los nueve años cuando mi padre, con la ayuda de toda la familia, reventó los muros del cuarto para agrandar el salón que se había quedado pequeño.

No olvidaré nunca esa mañana de escombro y trasto. Cada carretilla llena de cascotes, con su correspondiente saco de tiestos y cacharros que tirar, traía al presente una vieja historia inconclusa.

Las revistas de toros -todas acabaron en la basura- volvieron a despertar en mi padre el mito del hijo torero que sacaba a la familia de la pobreza a base de revolcones y alguna que otra cornada, y todo por una foto que me hicieron delante de una vaca con sólo tres años; recuerdo la manzanilla seca colgando de una traviesa en el techo... y con su olor volvieron las tardes en Cuartillos donde no parecía pasar el tiempo; no olvido tampoco el momento en el que mi hermana sacó a la luz esa guitarra de La Serranía del ochenta y seis que mi padre había guardado celosamente y que meses más tarde -aún no lo sabía- empezaría a tocar durante varios años hasta que pensaron que se me había quedado corta de sonido.

¿Pelotas de reglamento? ¡A puñados! Rojas, amarillas y azules como planetas de un mismo tamaño que escondieron mis padres durante un tiempo bajo la cama de su matrimonio para cortar de raíz mis revoluciones futbolísticas de geranios y rosales rotos.

Y con el ensanche del salón se perdió también el patinillo que llevaba a la azotea..., y con su desaparición la de aquel azulejo del patio que decía Dios bendiga cada rincón de esta casa. También se borró -bajo la fuerza de la machota y el cincel- un corazón sin nombre que grabé sobre el ladrillo visto en uno de los lienzos del pequeño patio.

Era tal la cantidad de escombros que escupía la casa que mi padre aprovechó el hueco de un antiguo pozo, que habían tenido años antes, para echar los restos de la obra y ahorrarse de esta manera los portes. Eso sí, cada palada de escombros al vacío era como si me estuvieran enterrando vivo allí, bajo los cimientos de la casa.

Afortunadamente mi padre no tardó en darse cuenta y me invitó a que escribiera en un papel un mensaje. Lo que fuera, un dibujo o unas palabras, pero siempre dirigidas a unos futuros moradores que descubrirían, por azar o por fuerzas desconocidas, el mensaje que yo iba a dejarles.

Aquí vivió y vivirá para siempre la familia Moreno Benítez. Año 1987. Eso fue lo que escribí, junto a mi nombre y los de mi familia, en aquel papel cuadriculado y con una letra de niño de la que hoy me sentiría orgulloso. Dejé una declaración firme de intereses. Mi familia y yo para siempre.

Luego, cuando ya no hubo más escombros, mi padre metió el mensaje en el interior de una botella de vino vacía, ató una cuerda a su cuello y fue deslizándola cuidadosamente hasta que el vidrio tocó fondo; dejó caer el cordel y selló la boca del agujero con varios ladrillos justo antes de que se hiciera de noche.

Corría el año 1987 y mis padres continúan allí,entre las paredes de lo que siempre fue su casa desde que compraron el terreno en 1972. Hace ya cuarenta y cinco años.

Desde aquel día de los cuartos oscuros, extrañamente, dejé de tener miedo a la oscuridad y todo, sinceramente, me parece posible. De algún fantástico modo, tengo entendido de que toda meta o sueño queda sujeto a la propia realidad si hay un noble convencimiento detrás. Sólo basta eso. Por encima de las estúpidas leyes de los Hombres y las del Tiempo.

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