Me vale así. De verdad, me vale. Admito que preferiría tenerte más cerca, arrugada entre las sábanas, qué sé yo, que tus órbitas estuviesen más cerca de mi planeta, qué se yo; pero me vale así. Tampoco es que esté muy oscuro, se vive bien, de hecho, hace bastante sol, camino por los parques y juego a ser un camaleoncito, estiro el cuello y exprimo los rayos de luz, amarillos, calientes. Me siento, por momentos, invadido por oleadas de tranquilidad y yo, la verdad, me rindo, me asedia una paz salvadora –la he peleado por años–, y entonces solo quiero observar la música de los objetos: el compás de las ramas de los árboles, los colores de las hojas, el movimiento de las personas por la calle, sus conversaciones; de repente todo tiene un sentido difuso que solo se entiende desde y por la música. Luego, de repente, me vuelves a faltar con fuerza, no solo por momentos concretos, echo de menos el proyecto que no pudo ser. Pero me vale así, porque a la fuerza es como se aprenden las lecciones importantes.

Admito que echo de menos aquello, lo que se parecía a jugar con leones, qué se yo, pero me vale así. Y entonces aparece nosequién y me habla de asuntos interesantísimos, y yo, entusiasta, pongo la oreja, y voy asumiendo que en esta vida me va a tocar escuchar más que hablar. Y nosequién, por supuesto habla, y yo, contento, flotando a la deriva, escucho. Luego Pablito o Periquita empiezan a notar que es extraño que yo converse poco, y me preguntan, tratan de saber, y a mí solo se me ocurre sonreír, y entonces viene el silencio, los espacios compartidos desde la espera. Finalmente, me marcho antes de que el encuentro se acabe, porque no hay nada más horrible que un presente caduco, y no hay mejor sensación que el regusto de la novedad en la boca mientras uno camina hacia otro sitio. Y me vale así, todo esto, sin ti. Aunque sea casi imposible no invocar tu presencia cuando descubro algo interesante, como un niño que ve una gaviota por primera vez, imponente, en el aire, y busca a su padre para convencerse de que es real, para compartir lo que de otra manera no se hace tan notorio.

Así te busco a veces, cuando descubro que podría haberte querido mejor, cuando salgo del cine, dando saltos, porque Interstellar no podría ser mejor película, cuando me descubro mirando a aquella mujer, pensando que quizá podría ser la siguiente, cuando aprendo algo de un libro, leyendo en el tren, no puedo creer que no estés en el asiento de al lado... Pero no estás, y me vale así. Una vez me preguntaste que cómo me imaginaba de anciano. Yo, haciendo gala de mi prepotencia habitual, dije exactamente lo que pensaba –o deseaba–, ser un anciano sabio, tipo José Luis Sampedro, un abuelito simpático con un libro siempre entre las manos y, gracias a nuestra despedida, ya estoy un paso más cerca de eso, porque he aprendido, he vivido en mi cuerpo, que el amor no se trata de tener o no tener, de echar de menos, de más, que no se trata de arriba o abajo, lo tuyo o lo mío, aciertos o errores, chocolate o fresa. Se trata de que, aunque no te quiera como compañera, aunque tú no me quieras a mí, se trata de que, sea como sea, estés donde estés, hagas lo que hagas, yo me alegro de que existas.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído