Kennedy, en una imagen de archivo.
Kennedy, en una imagen de archivo.

El pensamiento crítico no es tan crítico cuando se trata de cuestionar los mitos propios. Aunque el cineasta Oliver Stone lleva muchos años denunciando la mitología histórica de Estados Unidos, eso no le ha impedido convertir a John F.Kennedy es una leyenda que poco tiene que ver con la realidad. Kennedy, según Stone, habría evitado a su país el trauma de Vietnam si hubiera vivido. No sabemos lo que hubiera hecho de no ser abatido en Dallas, pero sí que, mientras vivió, su política contribuyó decisivamente a que los norteamericanos se vieran más inmersos, no menos, en un conflicto que iba a ser desastroso.

La gran pregunta es qué le llevó a JFK a continuar una política intervencionista cuando sabía perfectamente que, en caso de una guerra abierta, su país no podía ganar. En 1951, había visitado Vietnam como congresista y comprobado sobre el terreno la impopularidad de la dominación francesa. ¿Por qué no siguió un instinto que le decía, correctamente, que nada positivo podía salir de guerrear en Extremo Oriente? A mediados de los cincuenta, en sus tiempos de senador, se había opuesto a la presencia en un territorio lejano y adverso: “Francamente, tengo la convicción de que ningún apoyo militar en Indochina puede vencer a un enemigo que está por todas partes y al mismo tiempo en ninguna y que goza de la simpatía y la complicidad de la población”. 

Tras llegar a la Casa Blanca, Kennedy se vio arrastrado por la necesidad de parecer fuerte ante los soviéticos. Washington justificaba su intervencionismo como si respondiera a un impulso idealista: la defensa de la frágil democracia de Vietnam del Sur frente a la amenaza roja. Los analistas norteamericanos, siguiendo la teoría del dominó, creían que debían defender a ultranza al régimen de Saigón. Si este caía le seguirían inmediatamente los estados vecinos, de manera que se perderían valiosas posiciones en la lucha frente a los soviéticos. El propio Kennedy, en 1961, advirtió que si los comunistas se imponían en Laos y Vietnam, las sociedades “autoindulgentes” y “blandas” iban a ser barridas en un mundo donde la supervivencia se reservaba a los fuertes.

Contra toda evidencia, JFK afirmó, el 25 de septiembre de 1961, que Vietnam del Sur vivía bajo un gobierno libre. De esta premisa falsa sacó una conclusión: si existían unas autoridades legítimas, nadie podía pretender que la subversión violenta recibiera el título de guerra de liberación. En la Casa Blanca, los halcones clamaban por una política enérgica de contención al comunismo. No todos, sin embargo, compartían esta forma de pensar. George Ball, subsecretario de Estado, hizo una advertencia sobre la catástrofe que aguardaba a sus compatriotas: “En menos de cinco años tendremos 300.000 hombres en los arrozales y las junglas y jamás los encontraremos”. Ball, tiempo después, confesaría que este pronóstico pesimista no fue del agrado de Kennedy, quien reaccionó con acritud. Por ello, el subsecretario se guardó de expresar opiniones contra el conflicto durante el resto de la presidencia. 

JFK estaba convencido de que solo el apoyo exterior podía evitar el hundimiento de Vietnam del Sur. Por eso, entre finales de 1961 y 1963, el número de “asesores” militares en Extremo Oriente se disparó de tres mil a más de dieciséis mil. Lo de “asesores” era un eufemismo descarado para no reconocer que se trataba de soldados. Para el presidente norteamericano, su presencia permitía mantener una intervención a pequeña escala, sin desencadenar un gran conflicto, demasiado oneroso en hombres y dinero. Por carácter, tendía a preferir siempre las soluciones intermedias. Sin embargo, esta línea de actuación presentaba el serio inconveniente de significar una escalada con respecto a la situación anterior. 

El 11 de octubre de 1961, JFK envió un escuadrón Farm Gate, doce aviones preparados para realizar misiones de contrainsurgencia. Eso implicaba no sólo atacar el Norte, también bombardear a la población civil del sur que se resistía a la intervención norteamericana, o que simplemente vivía en aldeas no controladas por el gobierno de Diem. Se abrió así el camino hacia una represión indiscriminada, que no distinguía entre enemigos y neutrales. 

Según Noam Chomsky, se colocaron así las bases “para la enorme expansión de la guerra en años posteriores, con su sobrecogedor número de víctimas”. Bajo la presidencia de Kennedy, Estados Unidos ya desplegó helicópteros, aviones de combate, transportes de tropas y aviones equipados con el temido napalm, un producto altamente inflamable y de combustión lenta, con efectos devastadores. En una reunión sobre Vietnam, uno de los asistentes reconoció ante Kennedy que se trataba de un producto en verdad repugnante, entre otras razones porque dejaba la tierra inútil para el cultivo.

Pero, cuando el presidente murió, se dispararon las especulaciones alrededor del “que hubiera sucedido si…”. Sus partidarios insistieron en que se habría retirado del conflicto, pero estas afirmaciones se hicieron cuando ya se sabía que Vietnam equivalía a fracaso y muerte. Además, no todos sus consejeros le presentan como un partidario de la retirada. Dean Rusk, por ejemplo, dijo que habló cientos de veces con el presidente acerca de Vietnam y en ningún momento contempló esa hipótesis. 

En unas entrevistas concedidas a Walter Cronkite, de la CBS, el 2 de septiembre de 1963, Kennedy rechazó la posibilidad de que Estados Unidos abandonara Vietnam: “Eso sería un tremendo error… No nos beneficia decir, ¿Y bien por qué no nos vamos a casa y entregamos el mundo a quienes son nuestros enemigos?... Vamos a cumplir con nuestra responsabilidad”. 

Por otra parte, resulta significativo que su hermano Bobby, en una historia oral de 1964, no mencionara para nada los planes de retirada. En cambio, si defendía a capa y espada la teoría del dominó: “Si perdíamos Vietnam, creo que todo el mundo comprendía claramente que todo el sureste de Asia caería”. El presidente, según declaró en la entrevista, creía firmemente que Estados Unidos debía proseguir con su intervención en una guerra que no se podía perder. 

La idea de un Kennedy pacifista se contradice con el hecho de que muchos de sus consejeros, como McNamara, destacaran más tarde como encendidos belicistas. JFK no ordenó una intervención militar de carácter masivo, pero puede decirse que la raíz de las políticas de Johnson y de Nixon se encuentra en su mandato. La historia, por todo ello, no puede ser demasiado indulgente con John F. Kennedy pese a su indudable encanto y carisma. 

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído