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Hay quienes están poniendo en práctica la vieja estrategia, máximo exponente de la cobardía, de tirar la piedra y esconder la mano desde la consciencia de que sus actos no son inocentes.

Resulta difícil ponerse frente al teclado con la suficiente serenidad cuando se acaba de escuchar la intervención de Rafael Hernando, portavoz parlamentario del Partido Popular, cerrando la segunda sesión de investidura de Mariano Rajoy. Hernando recuerda aquella imagen tópica de la España pasada del gitano con su trompeta, la silla y la cabra. Sobre todo recuerda a la cabra subiéndose a la silla a los sones de la trompeta del gitano.

Pero hoy no es la política nacional centrada en la sesión de investidura de Rajoy lo que mueve mis palabras en este artículo, hoy tengo preocupaciones más cercanas en el tiempo, en el espacio y también en el afecto personal.

Un fantasma, el de la violencia amenazante con tintes totalitarios, a medio camino entre el terrorismo fascista, la kale borroka y la mafia siciliana, recorre la política municipal jerezana cabalgando a lomos del equipo de gobierno socialista con su alcaldesa, Mamen Sánchez a la cabeza. Vaya en primer lugar mi solidaridad y ánimo para con todos los compañeros y compañeras que están siendo objeto del vandalismo de quienes hacen de las libertades democráticas un instrumento para justificar y encubrir sus canalladas encaminadas al mantenimiento de los privilegios otorgados en la época en que los gobernantes municipales convirtieron Jerez en ciudad-estado, con sus propias normas y leyes.

La actitud firme de dialogar, para caminar en la solución de los desmanes que se produjeron en aquel tiempo tan feliz y dado a regalías y privilegios, no es aceptada por los nostálgicos del régimen sindical imperante por aquel entonces y como única respuesta se produce la violencia de palabra y de obra, invadiendo la esfera personal y familiar de los responsables municipales y sobrepasando todas las líneas rojas que el sistema democrático nos impone.

Ninguna divergencia en la política de recursos humanos del Consistorio jerezano puede justificar los acontecimientos vividos en los últimos días y que, no se debe olvidar, tienen antecedentes bien cercanos en el tiempo. Hay quienes están poniendo en práctica la vieja estrategia, máximo exponente de la cobardía, de tirar la piedra y esconder la mano desde la consciencia de que sus actos no son inocentes y producen daños colaterales incompatibles con el comportamiento democrático, porque recordando mi comentario del principio en relación a Rafael Hernando, cuando las cabras se suben a las sillas es porque alguien les toca la trompeta.

Y es que en Jerez parece estar viviéndose bajo el síndrome de aquella segunda parte de El Código da Vinci, titulada Ángeles y demonios, porque pudiera pensarse en extrañas metamorfosis en las que algunos ángeles custodios se hubieran transformado en demonios sicilianos empeñados en torcer la voluntad de diálogo utilizando el terror como instrumento de imposición de sus privilegios históricos y de sabotaje de la paz social.

Sólo la persistencia en la búsqueda del acuerdo a través del diálogo unido al rechazo unánime de ciudadanía, clase política y representantes sindicales, puede acabar con actitudes tan violentas como las que vienen aflorando en los últimos tiempos y han tenido estos días su máxima expresión. El sistema democrático nunca puede ser un pretexto para mantener viva la gallina de los huevos de oro sino un instrumento para aplastar la serpiente de los huevos del odio.

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