Juan Espadas, el alcalde de Sevilla que sueña con ser Rita Barberá

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

Juan Espadas, alcalde de Sevilla.
Juan Espadas, alcalde de Sevilla.

Juan Espadas, el ilustre alcalde de la capital andaluza, está orgulloso de “haber puesto a Sevilla en el mapa”. Así lo expresa cada vez que puede el aspirante socialista a repetir en el cargo. Hace pocos días dijo que él no sentía ninguna vergüenza de ser cristiano y de ir a misa (yo tampoco), pero lo dijo en un guiño a los lectores de ABC, que es el periódico más leído de la ciudad y el que marca la agenda de una ciudad dividida por la desigualdad y la esperanza de vida entre sus barrios más ricos y más empobrecidos. El periodista Antonio Burgos, representante mediático de la Sevilla clasista, aristocrática, ultraconservadora y parasitaria, ya ha pedido el voto para el señor Espadas, susanista capaz de combinar su lealtad a la expresidenta de la Junta con ser sanchista irredento si eso da votos.

Vivir en uno de esos barrios sevillanos que aparecen en las guías turísticas equivale a vivir ocho años más que en los barrios donde la gente hace colas en unos servicios sociales que doblan las esquinas, donde los niños y niñas no comerían nunca pescado o carne en casa si no fuera porque comen en el comedor escolar o donde decenas de jóvenes esperan sentados en los bancos de las plazoletas a que aparezca un empleo que los salve de la exclusión social y de la falta de perspectivas.

La Sevilla de Juan Espadas se gasta 7 millones de euros en dos años temáticos dedicados a Velázquez y Murillo, de los cuales los creadores locales apenas han visto unos eurillos para justificar el derroche. La Sevilla de Juan Espadas trabaja para conectar a la capital andaluza en avión con Nueva York mientras en mi barrio, San Jerónimo, tenemos que esperar 30 minutos para que llegue el autobús que nos lleva al centro.  En el Polígono Sur hay gente que se siente ten excluida que dicen “vamos a Sevilla” cuando van al centro pero los sevillanos vamos a poder ir a Nueva York en avión.

En la Sevilla de éxito de Juan Espadas las fachadas de los edificios son elegantes, magnánimas e impresionantes para los visitantes, mientras los bloques de pisos de los sietes barrios más empobrecidos de España, que están todos en esta ciudad, piden a gritos una manita de pintura, decenas de cubos de justicia social y millones de euros en inversión que nunca llegan porque se quedan en los barrios que visitan los turistas.

En la Sevilla de Juan Espadas los contenedores están soterrados para que no moleste a los turistas el olor de los residuos que dejan en la ciudad, mientras en la Sevilla real los barrenderos limpian cuando buenamente pueden y las calles acumulan la suciedad como si no vivieran personas.

En la Sevilla que Juan Espadas ha puesto en el mapa están llenos los veladores, las tiendas y los restaurantes, mientras que en la Sevilla real, que no sale en las guías turísticas, los locales comerciales llevan años cerrados a cal y canto, las guarderías son privadas y escasas, la crisis se ha cronificado y gente con 40 años parece que tiene 60 por la dureza de vivir huyendo de la incertidumbre.

En la Sevilla de Juan Espadas se hace cola en los principales monumentos de la ciudad, mientras el 56% de los sevillanos cobra menos de 1.000 euros al mes y un 30% no llega ni a 350. En la Sevilla de Juan Espadas no se enseñan ni se promocionan en Fitur barrios como San Jerónimo, Pinomontano, Macarena, Polígono Sur, Cerro del Águila, Amate, Padre Pío o Los Pajaritos.

Estos barrios, que es donde vive la mayoría de la población hispalense, no son sujetos de las políticas municipales de un Gobierno de derechas que se llama socialista  y que fue capaz de pactar sus presupuestos últimos con el PP a cambio de vender al mejor postor lo que fue el mayor centro de torturas del franquismo en Andalucía,  evitando así tener que pactar medidas sociales con Podemos e IU, ahora unidos en la confluencia Adelante Sevilla que lidera Susana Serrano, en compañía de Equo y los andalucistas de Izquierda Andalucista y Primavera Andaluza.

En la Sevilla de Juan Espadas la cultura son grandes festivales, grandes certámenes de cine, grandes bienales y grandes años temáticos que no llegan a los barrios, pero da igual, porque lo que a este alcalde le interesa es salir en la prensa, vender la marca Sevilla a los grandes touroperadores y recibir cada vez a más turistas para que sean servidos por camareros que cobran 800 euros por jornadas de 12 horas al día, de las cuales muchos de ellos sólo están dados de alta cuatro.

En la Sevilla de Juan Espadas no se puede alquilar una vivienda mínimamente digna para vivir, de una habitación o dos, por menos de 500-600 euros, en una ciudad donde 6 de cada 10 ciudadanos cobran menos de 1.000 euros al mes.

La Sevilla de Juan Espadas es una ciudad para mirarla y no para vivirla que quiere traer al Papa como megaevento planetario que termine de poner a la capital andaluza en el mapa del derroche, la pompa y los gastos superfluos.  La Sevilla de Juan Espadas se parece a la Valencia de Rita Barberá, que llevó al Santo Pontífice a la capital del Turia y los únicos que no están en la cárcel por corrupción son los monaguillos del Papa.

Si el alcalde de Sevilla visitara los barrios, pero de verdad y no con una cohorte de militantes socialistas que le van abriendo paso como si fuera un monarca de visita a una de sus colonias, se daría cuenta de que Sevilla necesita papas y no la visita del Papa.

Si saliera del centro y tuviera una mínima sensibilidad se daría cuenta de que a Sevilla le urgen políticas tan sencillas como contratar a más trabajadoras sociales para reforzar los servicios sociales, crear empleo, construir viviendas sociales, cerrar apartamentos turísticos ilegales que encarecen la vivienda y expulsan a los sevillanos de sus casas, reforzar los servicios públicos como el servicio de autobuses urbanos, más zonas verdes, fomentar un nuevo modelo productivo que genere derechos y no dependencia, más parques en barrios olvidados donde hace años que no se construye un equipamiento, colegios e institutos bioclimatizados para que los niños no salgan con la nariz sangrando por las fuertes temperaturas…

Sevilla no necesita a ningún alcalde que ponga en el mapa a una de las ciudades más hermosas del mundo que está en el mapamundi de la belleza desde hace siglos y por méritos propios, gracias a los pintores y poetas que ha parido esta gran urbe a orillas del Guadalquivir.

Lo único que necesita Sevilla es un alcalde o alcaldesa que quiera sacar a sus barrios del mapa de la desigualdad, de la exclusión social, de la falta de equipamientos y de datos de desempleo del 50% en una ciudad que ha levantado un muro invisible que separa a la Sevilla de los megaeventos multimillonarios dirigidos al turismo de la Sevilla real, la que nunca pisa el alcalde, salvo en campaña electoral.

La Sevilla que no pisa el alcalde no quiere salir en las guías turísticas con destino a los mercados turísticos japoneses. El único deseo de la Sevilla que queda muy lejos del despacho del alcalde es vivir en una ciudad donde se pueda ser feliz porque las necesidades básicas están cubiertas y el futuro no duele. La Sevilla real quiere ser feliz todos los días y no ser figurante de una ficción política donde la felicidad queda muy lejos y siempre son otros los que la viven.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído