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Siempre he sido un poco paranoico. Será por eso que, cuando escucho lo de Cataluña, me pongo a temblar. 

Siempre he sido un poco paranoico. Será por eso que, cuando escucho lo de Cataluña, me pongo a temblar. Y no solo por lo que a estos galos irreductibles del noreste del Imperio español se refiere, sino por lo que pueda venir después, ya saben: País Vasco y qué hay de lo mío, gallegos, valencianos...

Pero a mí me pagan —es un decir— por escribir mi artículo de opinión en un medio local, algo de lo que estoy muy orgulloso, con lo que lo de debatir sobre el problema a más escala se lo dejo a Gabilondo, Ignacio Camacho, Rubalcaba, etc. Para mí la pregunta es qué hay de lo mío. La muy ilustre y noble ciudad de Jerez, como la llama en varias ocasiones el letrado Juan Pedro Cosano en su libro El abogado de pobres”, podría partirse a cachos, como decimos aquí. Recuerden que San José Del Valle ya es el municipio número 45 de la provincia y mediten sobre si no podemos perder más. La Barca, Guadalcacín, Estella, Nueva Jarilla, en fin, esas expedanías, ya ELA (Entidades Locales Autónomas), lanzándose al abismo de la independencia total del reino, con policía, sanidad y hasta lengua propia en los colegios. 

Luego, claro, las barriadas rurales dirían qué hay de lo mío: Torremelgarejo, La Ina, Las Pachecas, El Portal, El Mojo Gallardo, unas seseando, otras ceceando y hasta jejeando: “Qué paja!” como saludo oficial y no como culminación del onanismo. Vale, ya lo hacen (lo del saludo, digo), pero imagínense al vecino que quiera decir “qué pasa” y le estampen una bandera de la barriada en cuestión, por ejemplo con la heráldica de la antigua torre de Melgarejo dibujada. Por no hablar del movimiento contrario, el fascista en este caso de banderas jerezanas, las ‘esteladas’ azules y blancas colgando de los balcones y los escaparates de los bazares chinos y los insultos si no te sumas a la ola localnacionalista.

Y de ahí podríamos incluso pasar a otro movimiento que hace años estuvo muy de moda: el Jerez, novena provincia, auspiciado entre otras cosas por la rivalidad futbolística con Cádiz. La consumación de nuestra ansiada conversión en capital del reino e integración como provincia plenipotenciaria en la comunidad autónoma andaluza, donde también podrían volver a sonar los tambores de Blas Infante.

En fin, les dejo porque creo que empiezo a desvariar y se me va el avión mientras espero en la cola de embarque y escribo este artículo. Me dirijo a Asturias, por cierto, donde sidra mediante entonaré el “Patria queridaaaa!” Pero es que yo siempre fui muy camaleónico.

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